Haciendo pactos con el diablo

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05 November 2018

A estas alturas, la historia del creciente populismo apoderándose de los gobiernos democráticos de Latinoamérica se ha repetido tanto que es casi predecible. Empieza usualmente con gobernantes cuya relación con el Estado de Derecho es, en el mejor de los casos, casual, y cuya atracción por la corrupción, el nepotismo, y el abuso de poder es mayor que su patriotismo. Al aumentarle a este escenario algunas de las condiciones propias de la falta de desarrollo, como la falta de educación, alta criminalidad y creciente inequidad económica, los resultados son un electorado vulnerable al populismo del próximo oportunista (de izquierda o derecha) que decida echarle un fósforo a la gasolina.

Ya lo vimos en Venezuela, con Hugo Chávez y su heredero, Maduro. Pasó también en Panamá con Ricardo Martinelli, y en México recientemente con AMLO. Ahora parece que el turno le tocó a Brasil. Fue tanto el hartazgo del electorado brasilero después del carnaval de corruptela que trajo consigo el Partido de los Trabajadores, que el extremismo del autoritario Jair Bolsonaro parecía poca cosa. Tristemente, una parte importante de la derecha en Brasil todavía considera que con tal de que exista la libertad económica y el libre mercado, vale hacer pactos hasta con el diablo. Como si las demás libertades no importaran. Como si el libre mercado y la libertad económica no fueran plantas que únicamente germinan cuando se plantan en la tierra de una sociedad libre. La libertad económica requiere gente libre y el autoritarismo de Bolsonaro contradice semejantes principios.

Como ejemplos: Bolsonaro dijo en una entrevista, sin una pizca de sorna, que si tuviera un hijo gay, preferiría verlo muerto. También dijo una vez sobre los brasileños con ascendencia africana que no servían “ni para procrear”. A una congresista le dijo que era tan fea que no valía la pena ni para violarla. Todo esto en un país donde el racismo, la homofobia y la violencia contra las mujeres motivan una parte significativa de las estadísticas criminales. Sobre la creciente ola criminal en Brasil, Bolsonaro ha dicho que la solución podría estar en permitir que la policía realice ejecuciones sumarias en el ejercicio de sus labores —una declaración que si bien le resultará familiar a algunos políticos salvadoreños, se ganaría la condena de cualquier cuerpo internacional por violar los derechos humanos más básicos. Es gravísimo en el contexto de Brasil, donde según Juan Carlos Hidalgo, del Cato Institute en Washington DC, la policía en Brasil fue responsable de las muertes de 4,224 personas solo en 2016. Bolsonaro además ha declarado su admiración por dictaduras militares y ejecutores de torturas. Bolsonaro no habría ganado sin el apoyo de quienes, desde la derecha, pensaron que ese récord era poco con tal de instaurar los beneficios de empujar políticas de libre mercado, austeridad en el gasto gubernamental y fomentar privatizaciones económicas.

En la balanza, quienes decidieron que el autoritarismo de Bolsonaro era digerible porque quizás abriría las puertas a mayor libertad económica, decidieron que esta valía más que los derechos humanos. En El Salvador, ojalá que no haya candidatos que se dejen llevar por la tentación populista del fanatismo religioso, del autoritarismo ante la criminalidad, o del populismo sin substancia. Que no haya aliados que condonen políticas deshumanizantes en nombre de la libertad económica -—que no olviden que el fin de una economía liberal es la prosperidad del ser humano. Y no puede ser próspero el ser humano en una sociedad autoritaria.

Lic. en Derecho de ESEN con

maestría en Políticas Públicas de

Georgetown University.

@crislopezg