La falsedad de las identidades

descripción de la imagen

Por

01 November 2018

Hace un par de semanas me invitaron a un conversatorio frente a un grupo de estudiantes universitarios. El tema era si el sistema político del país está colapsado. Sin embargo, por alguna razón que ni los otros invitados (Rubén Zamora y José Miguel Fortín Magaña) ni yo entendimos, el conductor del seminario pensó que antes de entrar a discutir ese tema era indispensable tener claro, de una manera precisa, definida, qué es la derecha y qué es la izquierda. La discusión de ese tema preliminar nos llevó por un camino por el que nunca llegamos al tema de fondo, lo cual fue muy apropiado porque el camino de las identidades ideológicas nunca lo llevan a uno a ningún lugar excepto a conflictos intelectualmente superficiales pero emocionalmente cargados que anulan la posibilidad de funcionar como una sociedad civilizada —que fue el punto que hice en mi primera intervención y en todas las demás. Así, por una de esas casualidades de la vida, una pregunta superficial nos llevó a un resultado real y concreto, relevante al punto que nunca discutimos.

En el continuo interés por definir dos muñecos, uno izquierdista y uno derechista, podía intuirse la angustia de los jóvenes (y de todos los demás) ante un mundo que se vuelve cada vez más complejo y el deseo de convertirlo en uno simple, en el que solo haya blanco y negro, en el que todo lo que pasa pueda explicarse dependiendo de donde viene en términos ideológicos, y en el que toda solución se pueda evaluar en los mismos términos. Es la búsqueda de un mundo como el de Harry Potter, con unos buenos y unos malos, ambos fácilmente identificables para eliminar la angustia de las incertidumbres de la vida real. En ese mundo, uno solo tiene que decidir si uno va con los buenos o con los malos, y de allí saber que todo lo que dicen y hacen los buenos es bueno, y que todo lo que dicen y hacen los malos es bueno. Hay una diferencia crucial entre este mundo que la juventud buscaba en ese conversatorio y el mundo de Harry Potter, por supuesto. Esa diferencia es que en el de Harry Potter es bien claro quiénes son los buenos y quiénes son los malos. Esta diferencia no es obvia en el mundo de las identidades ideológicas. Hay que tomar una decisión básica: en qué muñeco quiere uno caber, definiendo así no solo quiénes son los buenos sino también quiénes son los malos. Pero es una sola decisión en la vida. De allí en adelante, no hay necesidad de evaluar ninguna idea, ni de estudiar a fondo una propuesta, ni de buscar argumentos para discutir los temas del país. Basta solo decir “ésta es una idea que viene de alguien de izquierda” o “es una idea que viene de alguien de derecha” para no solo aceptarla o descartarla, sino también para apoyarla o descalificarla frente a los demás —dependiendo de si uno ha decido que los de izquierda son los buenos o los malos, o lo mismo con los de derecha.

Nada hay más negativo para el destino de un país y para causar el colapso de su política y su economía y arte y su cultura y su vida en general. Es la mejor manera de convertir los conflictos que naturalmente surgen en una sociedad en confrontaciones entre dos grupos, por pensar que están en una lucha entre los buenos y los malos, y por sentir que ellos son los buenos, se vuelven totalmente intolerantes. Como en el mundo de Harry Potter, no solo no hay que escuchar a los otros, sino que hay que fulminarlos con lo más cercano que haya a una vara mágica. Este fue el mundo de los nazis, que a todos los clasificaban como de raza superior o inferior, y de los comunistas, que a todos los clasificaban como explotadores y explotados, y que, inmediatamente, procedían a matar a los supuestamente inferiores y a los supuestamente explotadores.

Nada hay más negativo tampoco para la persona individual, que puede perderse el desarrollo integral de su personalidad por ver a las otras personas como figuras unidimensionales de cartón cuando todos somos multidimensionales, de carne y hueso.

Máster en Economía

Northwestern University