No son caravanas, son éxodos

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29 October 2018

El segundo libro de la Biblia se dedica enteramente a narrar la esclavitud hebrea bajo el yugo egipcio y de cómo, gracias al liderazgo de Moisés, escaparon juntos hasta la Tierra Prometida. Si con la actual coyuntura política alrededor del mundo los medios hubieran reportado los sucesos que narra el libro del Éxodo, probablemente habríamos leído que una caravana de judíos se encontraba protestando políticamente al faraón. No habría faltado el opinólogo que, ignorando por completo el contexto del que huían los judíos, diría que si morían en el camino por fallos en la partición del Mar Rojo o cualquier otra desventura, probablemente se lo merecían por no quedarse en donde estaban desde el principio.

Y es que en el contexto de la caravana de migrantes que comenzó su marcha desde Honduras hacia Estados Unidos, ya sea mal informados o manipulados por cualquier oportunista que les habría pintado una imagen errónea del proceso de asilo, se ha oído cada cosa. Tristemente, a diferencia del Éxodo bíblico, a esta caravana no le espera una tierra prometida. Si bien Estados Unidos y sus habitantes en general son increíblemente cálidos para recibir inmigrantes, y si bien, gracias a su poderosísima economía no faltan las oportunidades para quien sea con tal que tenga ganas de trabajar duro, las autoridades gubernamentales y sus leyes son otra historia.

Las leyes migratorias estadounidenses de por sí no han avanzado al ritmo de la creciente globalización, la interconexión tecnológica, ni las demandas económicas. Lo que sí ha avanzado, y bastante, es el populismo y la demagogia. No solo en Estados Unidos. En el resto del mundo. Nuestra Latinoamérica es muestra que las frustraciones (ya sea producidas por la corrupción, la falta de oportunidades, la desigualdad, o la falta de desarrollo) son caldo de cultivo para el populismo. En Estados Unidos las frustraciones habrán tenido otra forma, pero igual se tradujeron en el populismo con el que Donald Trump continúa explotando el miedo de lo desconocido que tienen tantos votantes que por ingenuidad, piensan que de sus males es culpable alguien más. Del estancamiento económico culpan a los inmigrantes, por “robarse trabajos”, incluso cuando nadie quería hacerlos en el primer lugar. De los crímenes, también se culpa a los inmigrantes, incluso a pesar de que las estadísticas no demuestran una diferencia significativa en el estatus migratorio de quienes cometen crímenes.

La caravana hondureña no es diferente a las migraciones que a diario emprenden tantos hermanos centroamericanos. La diferencia, quizás, es práctica: unidos tienen más posibilidades de llegar al Norte de una pieza. Les cobija la atención mediática. Ningún coyote los va a tirar de un tren, o dejará al acecho de violadores y ladrones en medio del desierto, si los ojos del mundo y las organizaciones internacionales están viéndolos. Lo que es definitivamente diferente, y desgraciadamente les juega en contra, es el oportunismo político, porque en Estados Unidos las elecciones son la próxima semana. A Trump, la retórica antiinmigrante le ha servido de gasolina en su ascenso político. Y nada le favorece a pintar una narrativa escabrosa de la migración como las imágenes mediáticas de inmigrantes que no se detienen ante nada, y que puede pintar como amenaza.

Claro, la retórica complica las situaciones de los inmigrantes indocumentados ya en Estados Unidos, tratando de salir adelante en medio de un clima hostil y de un manodurismo sin precedentes. También podría complicar la ayuda internacional que reciben los países del Triángulo Norte, y quizás la obtención de visas. Bien podría Trump usar de excusa las caravanas para poner a nuestros países en listas como las que existen para Venezuela o varios países de mayorías musulmanas, pagando en su totalidad como chivos expiatorios los crímenes de unos cuantos individuos. ¿Puede culparse de eso a los individuos que caminan sin parar buscando algo mejor? No. Al fin y al cabo, El Salvador y Honduras siguen siendo los países que, sin estar en guerra, tienen más muertes violentas. En desesperación, incluso caminar sin descanso por semanas vale la pena si la posibilidad de mejora existe en el horizonte.

La culpa la tienen quienes manipulan esa necesidad. Quienes no crean las condiciones para que los incentivos para quedarse sean mayores que los incentivos para huir arriesgándolo todo. Detenerlos sería atentar contra su derecho a emigrar —derecho que, sin ironía alguna el Presidente Sánchez Cerén recalcó desde Cuba— uno de los países que sistemáticamente, viola el mismo derecho de todos los cubanos desde hace décadas.

Lic. en Derecho de ESEN con

maestría en Políticas Públicas

de Georgetown University.

@crislopezg