Se van porque no hay de otra

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29 October 2018

Los hermanos lejanos no se van de sus países porque los engañan, se van porque no hallan vida que desarrollar en sus tierras. No nos engañemos ni hagamos teorías de la conspiración. Alguien puede ayudarles a pagar el viaje hacia los Estados Unidos, pero alguien que está bien en su país no se va para ningún lado.

Hemos visto en los últimos días cómo la caravana de migrantes que se dirige a la frontera entre México y Estados Unidos ha irritado las relaciones entre estos países y los pertenecientes al Triángulo Norte. El flujo de migrantes no es algo nuevo. Son miles de personas las que arriesgan sus vidas cada año en busca de un futuro mejor; pero hoy ya no lo hacen de manera individual, se han unido, convirtiéndose en un mar de gente que busca entrar a los Estados Unidos y cumplir el sueño americano. O salir de la pesadilla en la que lamentablemente se ha convertido Centroamérica.

En medio de las distintas coyunturas políticas en cada país, no han faltado voces señalando que se trata de un fenómeno creado con el objetivo de afectar imágenes políticas, generar percepciones de cara a las elecciones de medio término en Estados Unidos o distraer de las crisis políticas internas de Nicaragua, Honduras, Guatemala y El Salvador. Lejos de si la caravana de migrantes es una creación con fines políticos o un grupo de gente manipulada, lo cierto es que detrás de cada persona que decide caminar miles de kilómetros con sus hijos en brazos hay un drama humano, producto de la falta de oportunidades y la pobreza en el país que decidió abandonar.

Los problemas inician al interior de los países centroamericanos, en la incapacidad de los gobiernos de ofrecer las condiciones mínimas en las que una persona pueda desarrollarse. Se ha perdido el control de la seguridad pública y la gente ya no puede caminar tranquila en las calles. Los servicios públicos son de precaria calidad y las oportunidades de trabajo son escasas. En Guatemala, Honduras, Nicaragua y El Salvador rebalsa la corrupción, el dinero no se invierte en la gente, y cuando creíamos que ya pocas cosas son capaces de asombrarnos, la realidad se supera a sí misma y nacen nuevas razones para que los ciudadanos honrados se indignen.

El gobierno salvadoreño ha negado la existencia de la migración forzada producto de la violencia, y tuvo que ser la Sala de lo Constitucional la que obligara a reconocer el problema y a adoptar medidas para tratar de paliar la crisis. En la sentencia se expuso que existe un fenómeno de desplazamiento forzado de personas que tiene origen en el contexto de violencia e inseguridad que afecta gravemente a zonas controladas por las pandillas y en las afectaciones a derechos como la vida, integridad física, libertad y propiedad. Además, ordenó diseñar e implementar políticas públicas y protocolos de actuación orientados a prevenir el desplazamiento forzado de los habitantes del país.

La incapacidad del Estado salvadoreño de encontrar soluciones a problemas como el desplazamiento interno por motivos de violencia, la pobreza, la falta de oportunidades para obtener un trabajo digno, la desidia de combatir la corrupción que diluye el dinero que debería invertirse en la educación de los niños, en la salud de los trabajadores o las pensiones de los mayores, son factores que han agravado el éxodo masivo hacia el Norte.

La caravana de migrantes sigue su camino hacia Norteamérica. Y ojalá la tristeza que causa ver gente sin esperanza, con hambre y los temores embolsados en una maleta, haga reaccionar a todos los gobiernos involucrados; a los centroamericanos, en la búsqueda de soluciones a las raíces del problema; al estadounidense, a resolver la migración de una manera sensata, como una crisis humanitaria y no como una amenaza a su gente.

Mientras la mayoría nuestra gente sobreviva hasta con trescientos dólares al mes, mientras haya que esperar dos o más meses por citas en sistema de salud, mientras colonias enteras estén dominadas y amenazadas por pandillas, mientras solo se creen cinco mil empleos y necesitemos sesenta mil al año para jóvenes graduados, siempre habrá gente que se quiera ir. No hay que convencerlos mucho para que se vayan, se van porque no les queda de otra.

Abogada