¿Polarización ideológica u odio de clases?

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25 October 2018

Probablemente usted haya ingerido la píldora roja de la esquizofrenia y solo vea al “gran capital”, al “patrono explotador”, a “las catorce familias”, a “los terratenientes”, a “los agiotistas” y al “imperialismo yankee”; o haya bebido la píldora azul del autismo y sea de los que piensan que son “únicos en el mundo” y que los más bajos estratos sociales están cundidos de “gente inescrupulosa y ruin” y mandan amurallar su casa y su centros de recreo para librarse de “la chusma”; probablemente usted sea de los que creen que las palabras valen según el balcón desde el cual se pronuncian, de los que no pueden reconocer a un santo sin su respectiva aureola dorada; que usted ha sido convocado para ser el “futuro” encargado de rescatar al “presente” de nuestro deplorable “pasado”; que sea de aquellos que no se atreven a confesar que sienten lástima por los que consideran inferiores e ignora que la lástima es una manera eufemística de menospreciar.

Entonces ya no ve hombres ni mujeres, solo ve colores, precios, marcas, perfumes, tiendas, prendas, relojes, casas, propiedades, autos y tarjetas, y, después de tal examen ya habrá usted concluido en cuál de los dos cajones hay que meter a un ciudadano, si tiene enfrente a un tipo que merece respeto o merece escarnio, si debe condenársele por obeso o por famélico, si piensa o no piensa, si tiene o no tiene, siente o no siente. Esto es el odio de clases, una miniatura de la Guerra Fría en la que ideologías equivocadas abanderando intereses equivocados acaban con los pueblos separándolos en dos; el grillete que llevamos atado a los pies, un cáncer destructivo, la razón por la que estamos condenados a sufrir el perpetuo subdesarrollo, la razón por la que no somos una nación sino un país del que se huye cuando se puede aun cuando no se quiere.

Cual la fricción de las placas tectónicas hace volcanes, el estallido de violencia en una sociedad es el indicio de una fricción entre sus clases sociales en la lucha por la movilidad social, violencia que es responsabilidad de quienes a diario nos llenamos de prejuicios respecto del prójimo. Pero usted quizá sigue esperando encontrar un caudillo salvador emergiendo de las trincheras del cáncer político que representa este odio, pues la mejor manera de librarnos de nuestras responsabilidades como ciudadanos es abrigar la ridícula esperanza de que un solo hombre se hará cargo de desinfectar nuestros paradigmas y suturar nuestros más acervos dolores colectivos, como si esta fuera una película y no un documental triste donde el único milagro posible es la cohesión social a la que no estamos dispuestos.

Por lo que más quiera, sienta orgullo por su país y sáquelo del atolladero donde lo dejamos abandonado. Sea un ciudadano crítico que puede separar su conciencia de la hipnosis a que lo someten diariamente los que pagan por aparecer en su smartphone, los que se gastan nuestro dinero en banderas, delantales, bolígrafos, gorras, pancartas y afiches. Alce la frente contra los que le quieren ver la cara y piensan que usted es sobornable, que su voto está garantizado con un quintal de semilla mejorada.

Exíjale a la clase política propuestas y no estribillos de parvularios; que sea una vulgaridad hablar de izquierdas, derechas y medias tintas en un país donde cada quien hace lo quiere, según le conviene. Nosotros, hijos todos de una misma Patria y con el mismo enemigo común que es la corrupción social, no podemos quedarnos a regurgitar el discurso con que riñen nuestros políticos en plenaria si a la hora del bono se esfuman las diferencias. Si nuestra clase política no quiere darle al votante la dignidad que merece, tome el votante su dignidad y haga con ella lo que hace un verdadero patriota: reivindicar el poder para que vuelva a las manos del pueblo, de donde nunca debió salir.

Estudiante de quinto

año de Ciencias Jurídicas