Una historia aún por escribirse

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22 October 2018

En estos tiempos de la anti política y frente al éxito logrado por Andrés Manuel López Obrador (AMLO), que ya es presidente electo de México, y de Jair Bolsonaro (Bolso), que indican los números que está por llegar a serlo de Brasil, el académico venezolano Moisés Naím escribe que ambos entendieron bien que ofrecerse como mesías salvador (y atizar así el juego de las emociones) gana más votos que hablar de reforma a las instituciones limitando, por ejemplo, el poder de la presidencia (la ciudadanía está furiosa por la corrupción en nuestra región latinoamericana y a nivel más global, por la desconexión de los políticos con la realidad cotidiana de sus ciudadanos).

Teniendo AMLO y Bolso posiciones contrarias, el primero proviene de “la izquierda”, y el segundo, de “la derecha” —el verdadero debate en Latinoamérica es entre democracia y populismo—, Naím sostiene en su columna de opinión que “los dos se presentan ante los votantes como ‘outsiders’, como políticos excluidos y hasta ahora victimizados por quienes AMLO llama ‘las mafias del poder’. Sus campañas se basan en el despiadado ataque a un sistema con el cual, según ellos, nada han tenido que ver. Esto último, por supuesto, no es cierto. Ambos son políticos profesionales de larga trayectoria”. AMLO militó desde joven en el PRI y fue alcalde de la Ciudad de México; Bolsonaro ha sido diputado por casi tres décadas.

En síntesis, la hoja de ruta para ganar elecciones es aprovechar el descontento con el accionar de los políticos tradicionales y atacar así “el sistema” —léase los tres poderes del Estado y otras instituciones clave, empresas, empresarios, medios de comunicación, y un largo etcétera—; “que se vayan todos”, dicen ahora en Brasil. La gran paradoja: los falsos profetas (fuertes en la blogosfera con especialidad en las “fake news”) suelen haberse amamantado de la teta estatal y, en términos generales, carecen del equipo humano y de un plan para la creación de mejores condiciones de vida para la gente. Su objetivo para alcanzar el poder es el ganar la batalla de las emociones.

Por acá parecería andar la estrategia de Bukele, quien haciendo uso de la tecnología y una estrategia diseñada en el tiempo ha venido ganando hasta el momento la batalla de las percepciones al capitalizar en el juego de las emociones. Menudo problema tiene, eso sí, con el “dime con quién andas y te diré quién eres”. Dos de sus contendientes, además de limpios, son genuinamente reformadores, aunque no son dados a generar grandes emociones. El perfil de otro de los contendientes es más de pastor evangélico, un buen tipo que decidió incursionar en política partiendo desde cero, y qué bueno que participe gente así, será importante para una segunda vuelta, si la hay.

Siendo la política un “deporte de contacto”, botas en el terreno —“boots on the ground”— dicen los estadounidenses que son siempre necesarios para ganar una guerra (no solo pueden ganarse desde el aire) y en cuanto al territorio, está claro que Calleja lo domina. ARENA tuvo su proceso interno que le ayudó para aceitar su maquinaria, lo cual les evitó una abrupta caída en las legislativas y municipales por su calidad de partido mayoritario, en comparación con el FMLN, que perdió más de trescientos mil (casi la mitad de su voto duro) por su pésima gestión al frente del Ejecutivo y pecadillos como los negocios Alba. Fortalecen en el territorio a ARENA los partidos PCN y PDC, que aumentaron un tanto su caudal de votos.

El candidato Martínez tiene la capacidad de recuperar parte del voto duro de su partido por su pensamiento mucho más moderno y pragmático que, digamos, el de la Comisión Política roja, y por ser el FMLN el partido oficial. Entrando así a la etapa crucial de la campaña, con fortalezas y debilidades cada candidato, quien escribe opina que la historia de las presidenciales en El Salvador está aún por escribirse ya que nada parece indicar que tendrá alguien acá paseo de campo como el que tuvo AMLO y está teniendo Bolso. Veremos.

Abogado y periodista