José Gustavo Guerrero

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18 October 2018

Un día de 1940 el Doctor José Gustavo Guerrero se paró con un grupo de funcionarios holandeses en la puerta del Palacio de la Paz en La Haya a confrontar a una unidad de soldados alemanes que llegaban a tomar posesión de la sede de la Corte Permanente de Justicia Internacional, de la cual él era presidente. Él era el único juez de la Corte que había quedado en La Haya. El resto había huido de las huestes alemanas que estaban invadiendo los Países Bajos en ruta hacia París. El Doctor Guerrero confrontó a los alemanes y les conminó a respetar la sede de la Corte. La fuerza bruta prevaleció, pero el Dr. Guerrero mostró con su entereza que aun en medio de las balas y la violencia que convulsionaba al mundo en ese momento había personas que estaban dispuestas a poner en peligro su vida por el respeto a los valores y principios que fundamentan el imperio del Derecho.

Esta demostración de coraje no fue la única contribución que el Doctor Guerrero hizo a la dignidad de la ley. Fungió como presidente de la Corte desde 1937 a 1945. Luego, de 1946 a 1949, fue el primer presidente de la institución que la sucedió al fin de la guerra, la Corte Internacional de Justicia. Luego sirvió como juez en dicha Corte hasta que murió en 1958. Fue, pues, no solo uno de los juristas más distinguidos de su generación en el mundo, sino también una persona de integridad y coraje que defendió, con riesgo de su vida, los principios y valores que fundamentan la civilización occidental. En el momento en el que él confrontó a los soldados alemanes en ese día de 1940 él representaba a esta civilización, y lo hizo con mucha honra para él y para su país: El Salvador.

La reciente celebración oficial del legado del Doctor Guerrero que se realizó en La Haya provoca muchas reflexiones sobre el impacto de los grandes hombres en las sociedades que los ven nacer. Dada la naturaleza y el éxito de su carrera, el impacto del Doctor Guerrero en la sociedad salvadoreña debería de haber sido definitorio. Su vida debería de haberse convertido en objeto de admiración y de emulación de los jóvenes, que es el mecanismo natural por el que las sociedades civilizadas han logrado crear una cultura y un carácter nacional. Esto es lo que hubiera sucedido si el Doctor Guerrero hubiera nacido en un país desarrollado. Se habría convertido en objeto de estudio y de admiración en la academia, en las cortes y en la cultura popular. El hecho de que esto no haya sido así dice mucho de nuestra actitud ante la vida, que es fuente de muchos de nuestros problemas.

Nos quejamos mucho de que todo en el país es mediocre y de que no hay ambición por el conocimiento y de que los valores no existen. Pero no hacemos nada por resolver estos problemas. Cuando se buscan modelos para la juventud, se les plantean deportistas o cantantes que, aunque tienen mucho que admirarse en algunos casos, no son suficientes para que la juventud adquiera los valores necesarios para la formación de una sociedad justa, próspera, basada en el imperio del Derecho, como lo tiene la vida del Doctor Guerrero. El deporte es especialmente valioso porque es una actividad indispensable para sacar a los jóvenes de las maras y, bien enseñado, puede ser un mecanismo para inculcar disciplina y trabajo en equipo. Pero en este mundo que cada vez necesita de más conocimientos, debe complementarse con una fuerte motivación para que los jóvenes aprendan las matemáticas, las ciencias, los valores y las habilidades que se necesitan para que ellos y el país salgan adelante.

Esto tiene que cambiar para que el país progrese y salgamos de las tragedias que tenemos. El respeto social que ahora se da solamente a las riquezas y a los deportes tiene que incluir el conocimiento y la integridad. Comenzar este cambio sería un buen reconocimiento al legado del Doctor Guerrero.

Máster en Economía

Northwestern University