El nuevo “HDP” de la derecha

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16 October 2018

Dice la leyenda que en 1939 Franklin Delano Roosevelt admitió una problemática relación con el sanguinario dictador nicaragüense Anastasio Somoza. Según el apócrifo episodio, FDR admitió que el hombre fuerte de Managua “puede que sea un HDP, pero es nuestro HDP”.

Más allá de discutir la autenticidad de ese episodio, que también ha sido atribuido a una opinión de Roosevelt sobre Rafael Trujillo, dictador dominicano, es importante que comprendamos qué nos quiere decir una frase de este tipo y pensar si alguna vez hemos caído en una actitud similar.

Esta frase es, a mi forma de ver, un ejemplo claro de realpolitik. Es decir, de poner los intereses prácticos y a aliados circunstanciales antes de consideraciones de principios, valores o filosofía política. Esta realpolitik es la que permitió, por ejemplo, que durante el siglo XX diferentes gobiernos de Estados Unidos dieran apoyo a sanguinarios dictadores que les ofrecían “mano de obra local” en su larga campaña contra la difusión de las ideas comunistas, disfrazada de promoción democrática.

Asimismo, esta realpolitik es la que ha llevado a centenares de mentes supuestamente progresistas a defender regímenes autoritarios que se autodenominan de izquierda, únicamente porque estos parecen ser enemigos de su enemigo tradicional, la derecha. En todos estos casos, estas alianzas implican guardar silencio sobre atrocidades, abusos de poder y violaciones sistemáticas a los derechos humanos.

Con el fin de la Guerra Fría y el advenimiento de los procesos de democratización en el Continente, parecíamos haber entendido estas lecciones y el panorama político al fin ofrecía la opción de que un compromiso con los límites al ejercicio del poder, venga de donde venga, era el estándar mínimo que exigirle a un gobernante a cambio de cualquier apoyo.

Pero la vida política es cíclica y en 2018 nos encontramos otra vez con discursos políticos que defienden y justifican a los nuevos aprendices de dictadores y nuevamente se malabarean excusas para evitar censurarlos y llamarlos por lo que son: abusivos, maleantes, mentirosos, corruptos y, en muchos casos, opresores asesinos.

A este tristemente célebre club de enemigos de la democracia se le ha unido recientemente un digno representante del renacimiento de ideas absolutistas en el siglo XXI. Me refiero al outsider brasileño Jair Bolsonaro, el cual se ha subido en la frustración con la política tradicional y los escándalos de corrupción en Brasil y ha montado una plataforma personalista cargada de misoginia, racismo y apologías al poder sin límites.

No debería requerir tanto esfuerzo intelectual el censurar automáticamente a un tipejo de estos, que ha hecho “bromas” sobre violación, que ha ofrecido aceptar los resultados electorales solo si gana, que considera que en su país no hubo “suficiente” dictadura, que cree que la violencia se combate con más violencia estatal, entre muchas otras circunstancias peligrosas.

Sin embargo, Bolsonaro estuvo cerca de agenciarse una abrumadora victoria en la primera vuelta presidencial brasileña y fuera del país, se ha convertido en el nuevo HDP de la derecha, que encuentra formas extrañas de defenderlo, pretende ignorar sus cuestionables discursos y recurre al básico razonamiento de “es que la corrupción de…”, como si la derecha brasileña no estuviera también manchada de corrupción.

Brasil está a punto de cometer un garrafal error con gravísimas consecuencias institucionales. Y gran parte de la derecha latinoamericana camina en una peligrosa cornisa al validar a Bolsonaro solo para descalificar a la izquierda y justificar su incesante y cansina paranoia que sigue viendo al fantasma del comunismo en todas partes.

Desde ahí es fácil resbalar al conocido abismo de tener que guardar silencio a horrores a cambio de no concederle un punto a los rivales político-ideológicos. Estoy seguro de que cualquiera de ellos con acceso a internet ha podido ver sus declaraciones más controversiales y seguro piensa que sí, es un “HDP”, pero lo han adoptado como su “HDP”. Esto es imperdonable y estos apologistas serán cómplices del declive de la decencia y el respeto a los derechos humanos en Brasil y del derrumbamiento gradual de la aceptación de la democracia en la región.

Esa es la cúspide del fanatismo, una película que ya vimos, terminó mal, nos costó mucho pero algunos están intentando revivir.

Analista político