La mañana después

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15 October 2018

La Iglesia elevó a los altares a San Óscar Romero, primer salvadoreño canonizado, lo cual es motivo de fiesta y regocijo tanto en nuestro país como en los diferentes continentes pues los Santos son de carácter universal. Bajo un riguroso método, la Iglesia revisa el apego a la doctrina cristiana durante la vida de las personas que le son postuladas, en diferentes fases, así como las circunstancias en que vivió y los requerimientos por cumplir para avanzar a la siguiente fase hasta llegar, cuando así se determine, a la celebración de actos de canonización como el de este domingo. Los Santos son modelos a seguir que la Iglesia nos da, como ejemplos de coherencia cristiana. Fortalecen el llamado universal a la santidad.

Existen para nosotros los cristianos dos tipos de hechos: los no opinables y los opinables. Los hechos no opinables, al menos para los católicos, tienen que ver con las verdades reveladas de fe, sustentada por miles de años de estudio teológico y filosófico del Antiguo y el Nuevo Testamento y el magisterio que ha desarrollado. Ilumina el Espíritu Santo la labor de la Iglesia. Comprobado y verificado que fue San Óscar Romero fiel a la Doctrina de la Iglesia, que su prédica fue en apego al Evangelio y que su martirio fue por predicar la fe cristiana, su elevación a los altares lo deja como modelo a seguir.

En cuanto a los hechos opinables, que pueden ser desde las preferencias político-partidarias, el manejo de la economía, asuntos sobre tecnología, etcétera —es decir asuntos de cualquier índole no relacionados de forma directa con el evangelio—, la historia nos muestra que para juzgar determinado hecho hay que remontarse al momento en que ocurrió; en este sentido, la época en que se desempeñó el santo como pastor de esta grey fue de profunda agitación social, preludio de la fratricida guerra que se nos venía. El santo denunció las atrocidades de la época, tanto de un bando como del otro. El Estado, como es natural, tenía un mayor poder coercitivo y de uso de la fuerza.

Pero hoy es la mañana después de la canonización de San Óscar Romero, razón por la cual cabe buscar renovar, con entusiasta energía, el que la alegría vivida por lo acontecido en la Plaza San Pedro permanezca en esta tierra, su tierra, y la de la gente a la que tanto amó. Aplaude quien escribe el esfuerzo que desde hace aproximadamente tres años que se tuvo conocimiento y fecha para su beatificación, ha venido desarrollando con esmero la Conferencia Episcopal y la curia para que fuera la beatificación y ahora su canonización, factores de unión y no de desunión para esta sociedad tan sufrida y fragmentada. El Vaticano corroboró que los mensajes del Santo no fueron políticos, fueron pastorales.

Pocas horas después del acto de canonización en Roma, el Nuncio Apostólico en El Salvador, monseñor Santo Rocco Gangemi, dijo durante la homilía de acción de gracias en el Hospital La Divina Providencia de que no se le pusiera “una bandera” al nuevo Santo, ya que sus mensajes fueron ante todo, religiosos. “Cuidado a no transformar a San Óscar Romero en una bandera, él ha sido puesto por la Iglesia para que alumbre a la sociedad, como una antorcha; no ha sido levantado sobre un mástil. Lo digo porque, en estos dos días, han pasado cosas que a mí no me han gustado, lo leo con los ojos de quien viene de fuera”, expresó el nuevo embajador de la Santa Sede en nuestro país. Por algo lo habrá dicho.

La canonización en un solo acto de San Pablo VI y San Óscar Romero, contemporáneos en su vida terrenal y actores de primer orden en su vida de piedad y sus responsabilidades en la Iglesia, el Papa Pablo VI conduciéndola desde el trono de Pedro para sortear difíciles tiempos de crisis, llevada a buen puerto tras el Concilio Vaticano II; y Monseñor Romero como Arzobispo de San Salvador en la preguerra fratricida, que lo llevó al martirio. Santos los declaró el Papa Francisco, ejemplos a seguir para intentar luchar por atender ese llamado universal hacia la santidad. ¡Enhorabuena!

Abogado y periodista