Monseñor Romero aún tiene razón

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15 October 2018

El Salvador tiene su primer Santo dentro de la Iglesia Católica. Desde ayer, San Óscar Arnulfo Romero pertenece al grupo de personas a las que la Iglesia reconoce su obra e intercesión ante Dios. Independientemente de si se profesa la fe católica o no, es innegable que la figura de Monseñor Romero fue trascendental para la historia de El Salvador; a la fecha no ha existido un liderazgo parecido. El mensaje de Monseñor, que siempre estuvo del lado del pueblo salvadoreño, aún sigue vigente.

San Romero fue amado y también duramente criticado. Su voz fue incómoda para sectores económicos y políticos en una época convulsionada, pues no tuvo miedo de denunciar las injusticias, atrocidades y violaciones de derechos humanos que se cometían en las vísperas de un conflicto armado que duró doce años. Injusticias que, de diferente forma y ahora con distinto rostro, siguen presentes en el país.

En el discurso con motivo del Doctorado Honoris Causa conferido por la Universidad de Lovaina el 2-II-1980, Monseñor Romero manifestó que el trabajo de la Arquidiócesis solo se puede describir y comprender como una vuelta al mundo de los pobres. “El constatar estas realidades (salarios de hambre, desempleo, subempleo, desnutrición, mortalidad infantil, falta de vivienda adecuada, problemas de salud, inestabilidad laboral) y dejarnos impactar por ellas, lejos de apartarnos de nuestra fe, nos ha remitido al mundo de los pobres como a nuestro verdadero lugar, nos ha movido como primer paso fundamental a encarnarnos en el mundo de los pobres”; “Estos textos de los profetas… no son voces lejanas de hace muchos siglos… son realidades cotidianas, cuya crueldad e intensidad vivimos a diario. Las vivimos cuando llegan a nosotros madres y esposas de capturados y desaparecidos, cuando aparecen cadáveres desfigurados en cementerios clandestinos”; “En esta situación conflictiva y antagónica, en que unos pocos controlan el poder económico y político, la Iglesia se ha puesto del lado de los pobres y ha asumido su defensa”. A treinta y ocho años de su martirio, las denuncias y las palabras de esperanza encajan en la realidad salvadoreña actual.

El Salvador aún sufre de la pobreza producto de múltiples factores. Buena parte del dinero se ha diluido en la corrupción; y muchos de los programas sociales no han rendido los resultados esperados, pues únicamente brindan soluciones efímeras a problemas que urgen de acciones estructurales. Según datos del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, en El Salvador no hay una inversión óptima en salud y educación; medio millón de niños no están aprendiendo como deberían. Además, el Informe de Desarrollo Humano de PNUD ubica a El Salvador como una nación con desarrollo humano medio, señalando que el desarrollo sostenible no ha sido equitativamente distribuido.

Por otro lado, el problema de la violencia sigue cobrando vidas en el país. Los muertos siguen contándose por miles cada año y las personas seguimos sintiéndonos inseguras en las calles. Sin embargo, vemos sectores políticos más preocupados por obtener el poder en el Ejecutivo o en dominar el Judicial, que por solucionar de manera permanente e integral este tipo de problemas.

Monseñor Romero procuró sacudir la inercia o indiferencia de sectores privilegiados, económicos o políticos, y volver la mirada hacia las personas más necesitadas del país. Probablemente hoy haría las mismas críticas a un sector político alejado de las peticiones y necesidades de los ciudadanos que más sufren. El mismo cambio de corazón y de perspectiva que Monseñor Romero pedía en la época de la guerra es el que urge ahora ante la violación de los derechos humanos de los salvadoreños.

El mensaje de Monseñor Romero buscaba dar esperanza a un país sumido en la crisis y la tristeza. Por circunstancias diversas, nuestra sociedad hoy también sufre las dificultades que diferentes grupos económicos, políticos y sociales nos han heredado, quienes han desviado los objetivos con los que iniciaron y le han dado la espalda a la población salvadoreña. Hay que escuchar el mensaje de Monseñor Romero. Ojalá que todas las personas que profesan su admiración hacia el nuevo Santo pongan en práctica las enseñanzas que este dejó en vida, centrando su trabajo en el beneficio de la población y no en intereses particulares. Las palabras y los golpes de pecho no son suficientes; Monseñor aún tiene razón y más valen las obras que las palabras.

Abogada