El suicidio de los pueblos

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11 October 2018

Los ataques cada vez más violentos contra el sistema de partidos políticos no deberían ser un problema. Lo que es problema es que hay mucha gente que parece estar prestando atención a ellos, sin darse cuenta de que eliminar dicho sistema equivale a un suicido político porque la única alternativa es una dictadura totalitaria.

Hay dos sistemas fundamentales de gobierno. La diferencia entre ellos no está definida por la ideología política de sus gobernantes sino por quién es el soberano —o sea, quién es el que manda. Todas las sociedades necesitan una autoridad que maneje los bienes y servicios públicos, que son aquellos que la gente necesita pero puede negarse a pagar esperando que otros los paguen porque una vez que se proveen todos los pueden gozar igualmente. Por ejemplo, todos pueden gozar de un parque público, o de la protección de la policía, o de un aire limpio, o de un sistema de justicia, sea que hayan pagado o no por dichos beneficios.

Esto es diferente de los bienes y servicios privados, que restringen su consumo al que los pagó —como un refresco, una hamburguesa, un tiquete para un avión, o una entrada al cine. En todos estos casos, una persona voluntariamente tiene que pagar para gozar de los beneficios de estos bienes. En cambio, puede no pagar por el parque y aun así gozarlo, o tener un sistema de justicia sin pagar por él.

Para que la sociedad pueda funcionar el gobierno tiene que ejercer autoridad para cobrar impuestos y pagar con ellos los bienes y servicios públicos. Los dos sistemas básicos de gobierno se diferencian por la identidad del que tiene y ejerce la autoridad.

En el sistema democrático el pueblo elige a los que ejerce la autoridad, les define los límites de dicha autoridad y supervisa la manera en la que ellos la ejercen, pudiendo removerlos si quiere. Es decir, en este sistema el soberano es el pueblo.

En el otro sistema, que podemos llamar tiránico o totalitario, el soberano es el que tiene el poder, que no responde más que a sí mismo. Hay muchas variedades de este sistema. El soberano puede ser un individuo (como en las autocracias europeas de antes de la Primera Guerra Mundial o como en el régimen de Hitler en la Alemania Nazi o el de Mussolini en Italia), o un grupo de personas que controlan al que controla el gobierno (como en el caso de los regímenes comunistas en Rusia después de Stalin). Esto lo logran prohibiendo todos los partidos políticos menos el de ellos.

El sistema de partidos diversos es un mecanismo para que el pueblo ejerza su control sobre los que ejercen el poder. Es el único mecanismo sostenible para lograr este propósito. La democracia directa, en la que el pueblo entero vota por cada cosa, es impracticable en un estado moderno. Sin embargo, en El Salvador hemos culpado al sistema de todos nuestros problemas y tontamente estamos escuchando a los que dicen que hay que desmontarlo. Esto es igual a nombrar a un chofer, dejarlo que destruya el carro chocándolo miles de veces, no dándole mantenimiento y echándole tierra a la gasolina, para entonces decir que el problema es que el carro no sirve, sin querer reconocer que el problema está en el chofer, que si el chofer fuera bueno el carro funcionaría perfectamente, y que al final la culpa de todo está en nuestra propia negligencia en la elección de los choferes.

La eliminación del sistema de partidos sería un suicidio porque eliminaría el único mecanismo sostenible que el pueblo tiene para controlar al gobierno. Sin controles, el gobierno se convertiría en presa de luchas sin cuartel entre personas corruptas y tiránicas que buscarían el poder total, con lo que el problema que sirvió de pretexto para eliminar el sistema de partidos políticos se volvería muchísimo peor. Los nazis y los comunistas, críticos del régimen de partidos políticos, han demostrado que la única alternativa a dicho régimen son los partidos únicos, que son mucho peores, no solo corruptos sino también tiránicos. Lo que hay que hacer es mejorar los partidos políticos, no destruir el mecanismo que transmite la voluntad del pueblo al gobierno.

Máster en Economía

Northwestern University