¿Polarización ideológica u odio de clases?

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08 October 2018

¿Ha visto alguna vez las peleas de gallos? Le presento la que a mi juicio es la mejor caricatura de nuestra realidad. Dos criaturas, dos bandos, dos formas de asimilar el mundo a las que se les echa una sobre la otra y se les dota de espolones de acero para ofrecer un espectáculo violento del que –me duele admitirlo– hay un público que se aprovecha, un escaso público que hace sus apuestas y ve culminadas sus ambiciones, hartamente egoístas, en las urnas. Cada vez que usted emite su voto o su opinión lleno de rencor e intolerancia y usa su voto como un castigo y bate sus plumas de colores para amedrentar al que piensa diferente, alguien está incrementando desmesuradamente su patrimonio y dando gracias a los ociosos que reinventaron al capitalismo y al socialismo, a las izquierdas y las derechas como formas de aturdir la conciencia colectiva y mermar la cohesión social, a los que hicieron del pueblo un inmenso palenque, encontrando así una forma barata y efectiva de lucrarse de su buena fe.

No me refiero al circo que montan los partidos políticos en el país. Estos son apenas una muestra del problema que intento retratar. No hablo de las disputas agresivas entre rojos, tricolores y gallo-gallinas; no hablo del drama de nuestra clase política de troles y twitteros, hablo del motivo inconsciente del pandillero del barrio cuando se resuelve a extorsionar al empresario; hablo de la segregación social que divide la educación de los ricos y los pobres, la salud de ricos y pobres, el transporte de ricos y pobres, la diversión de ricos y pobres; de la vergüenza con que el pobre ingresa a los centros comerciales y el miedo con que el acaudalado circula por los suburbios de San Salvador; hablo de algo que trasciende de una mera contienda electoral, hablo del odio de clases, de la feroz antítesis de los pobres contra los ricos; del adefesio que ha parido nuestra sociedad; esa verdad incómoda, latente en nuestra conciencia, que existe pero quisiéramos poder ignorar hasta que su putrefacción sea vuelva insoportable.

Le mostraré de un modo vehemente que probablemente también usted se ve envuelto en esta vorágine de odio e incomprensión de la que hablo; que probablemente usted piense que la solución es incendiar los centros penales y castigar con la pena de muerte a los criminales, haciéndolos pagar dos veces la culpa que no quiere admitir nuestra sociedad; o quizá sea usted de aquellos que piensan que la solución es expropiar a “los aristócratas”, a “los terratenientes”, a “los ricos”, que “han hecho su fortuna de esquilmar a la gente humilde”, quizá sea usted de aquellos que quiere incendiar la Asamblea y el Centro de Gobierno para acabar con el despilfarro y la corrupción. Es decir que probablemente usted crea que los problemas se resuelven al estilo de Nerón y de Hitler: quemando e incinerando lo que se encuentre al paso.

Pues bien, es a esto a lo que yo denomino “odio de clases” y déjeme presentarme ante usted como el más vilipendiando de todos, por estar en medio del cruce de fuegos, alzando mientras pueda la bandera de la paz; porque intento demostrarle que no hay ricos ni pobres, ni corruptos ni ladrones, que no hay más que seres humanos “iguales en dignidad”, pero desiguales en oportunidades y en condiciones; que como dijera Víctor Hugo hace casi dos siglos: “No hay malas hierbas, ni malos hombres, no hay más que malos cultivadores”.

La solución a nuestra crisis social no es prenderles fuego al Gobierno y a los criminales. No se combate un problema cortando los frutos mientras se siguen abonando las raíces. Estas raíces están en los prejuicios que nos inyectó la historia; y como sigamos alimentando nuestro morbo con el circo mediático, no heredaremos a nuestros hijos una nación, sino dos y hasta tres.

Estudiante de quinto año de Ciencias Jurídicas