No queremos censura ni de derecha ni de izquierda

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08 October 2018

En los años setentas no se podían criticar a los gobiernos militares. Nada de debates donde estuviera la oposición. Oír a Los Guaraguao, Mercedes Sosa o Silvio Rodríguez era arriesgado. Ser un peludo mal vestido esquinero te convertía, como dice Roque Dalton, en un siempre sospechoso de todo. Se decomisaban libros y se prohibían viajes. El gobierno determinaba qué era lo mejor para sus ciudadanos. No podemos volver a esas épocas.

Un “republicano” nacionalista y otros más quieren que el grupo Marduk no dé un concierto porque dicen que es satánico. Yo no lo iría a ver. Pero, ¿quién soy yo para decir que otros no lo vean? El Gobierno quiere regular los programas con contenido violento; este país no ha necesitado ni de “Pablo Escobar” ni de “Narcos” para convertirse en uno de los más violentos del mundo. Por eso es absurdo y potencialmente peligroso darle alas a una ley que busque regular lo que vemos, porque luego será cómo pensamos, vestimos, etc. La libertad solo necesita una generación o menos para extinguirse sino de la defendemos de quien sea.

El ministro de Gobernación presentó una propuesta de “Ley de Espectáculos Públicos, Cinematografía, Medios de Comunicación y Publicidad”, con la finalidad de que los medios de comunicación “como principales generadores de opinión pública, contribuyan con la difusión del pensamiento con responsabilidad, respeto y objetividad”. Hasta ahí todo tranquilo. Pero es imposible que no se enciendan las alarmas cuando empezamos a leer “evaluación, monitoreo y regulación de contenidos televisivos, radiales y cinematográficos”, “inconveniencia de espectáculos públicos que propicien la pérdida de valores” y que están sujetos a dicha ley hasta las personas naturales que realicen difusión del pensamiento e ideas, como yo con esta columna.

La idea de regulaciones a la libertad de expresión no es nueva ni exclusiva del Gobierno. La diputada Lucía de León, de ARENA, hace varios meses propuso clasificar “La Bella y la Bestia” como película para mayores de edad, todo por una “escena gay” tan irrelevante que muchas personas ni cuenta se dieron; la misma diputada planteó cambiarle el nombre a “La Puerta del Diablo”, ya que ese nombre “llama a la maldad”. Aquí también se intentó impedir la inscripción de una asociación gay por “atentar contra la moral”. Entre ARENA y FMLN pareciera que hay poca diferencia. Como que les apetece a ambos censurar. ¿Vivimos en una república o no? ¿Dónde queda la libertad y el libre desarrollo de la personalidad?

Sin libertad de expresión o de pensamiento –parafraseo a George Washington– como ovejas seremos llevados al matadero. La libertad de expresión es pilar fundamental de cualquier república. La libertad implica la posibilidad que cada quien desarrolle una vida plena, en la que pueda ocupar su propio discernimiento para la toma de decisiones que lo lleven a la autorrealización. Es la facultad de tomar decisiones sin verse determinado por la voluntad de otros, incluido el Estado.

La libertad de expresión “es el derecho de toda persona a emitir, sin interferencia indebida del Estado o de los particulares, ideas, opiniones y juicios, ya sea de palabra, por escrito o a través de cualquier otro medio”. Es nuestro derecho a decir lo que pensamos sin ninguna restricción y a recibir la información o producto que consideramos relevante.

Un concierto, una serie o una película no agravan la violencia ni condicionan la moral de una sociedad. El problema de las regulaciones a la libertad de expresión son las interpretaciones que haga el gobernante de cuestiones indeterminadas como la moral, buenas costumbres o valores. Alguien puede prohibir la música de Marduk por satánica o el reggaetón por vulgar; así podrían prohibir la música de Elton John por ser gay, la de Luis Miguel por considerarla machista. Vamos a depender de los gustos de la autoridad de turno. Ningún gobierno debe determinar las preferencias de sus ciudadanos o qué es bueno para ellos. Esa es una decisión personal.

Debemos tener claro que no todos pensamos igual. Nos agradan y nos ofenden cosas distintas. Defendemos causas diferentes. Las preferencias individuales o susceptibilidades de un grupo de personas no pueden condicionar los comportamientos colectivos; permitir eso abre la puerta a conductas autoritarias o totalitarismos. Ni el gobierno ni grupos políticos son guardianes de la moral de este país. No queremos censura ni de derecha ni de izquierda.

Columnista