El comandante Saca en Liliput

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06 October 2018

En Los Viajes de Gulliver, el escritor irlandés Jonathan Swift detalla que en Lilliput (el país de los enanos y quienes solo medían entre 15 a 20 cm de estatura), “todos los crímenes contra el Estado se castigan con la mayor severidad”; pero si la persona acusada demostraba plenamente su inocencia en el proceso, “inmediatamente se da al acusador muerte ignominiosa”.

No pude dejar de pensar en cómo en el “Lilliput del Pacífico” llamado El Salvador, Odir Arturo Melara Ardón, de 22 años, fue condenado a cinco años de cárcel por haber robado un teléfono celular el año pasado, y un investigador de la Policía Nacional Civil fue condenado a ocho años de prisión tras comprobársele que robó 300 dólares en marzo del año pasado en Santa Rosa de Lima. Robo es robo y debe ser castigado. No hay discusión.

Pero cuando un expresidente como Saca se robó 301 millones de dólares del Estado, de los que pagamos impuestos, y hasta tuvo tiempo para negociar los años que aceptaba pasar en la cárcel; al final solo fue sentenciado a cinco años de prisión por el delito de lavado de dinero y cinco años por el delito de peculado (apropiarse de fondos públicos), pareciera que recibió en lugar de una condena un premio. Un premio que podría descifrar por qué nunca perdió su sonrisa sarcástica en pleno juicio. Saca, no obstante, es el primer “gigante” político que tropieza y que hará de la cárcel su casa.

Pero el libro de Swift, editado en 1726, también detalla que en caso de que un acusado de crímenes contra el Estado compruebe su inocencia, “…de sus bienes muebles y raíces es cuatro veces indemnizada la persona inocente, por la pérdida de tiempo, por el peligro a que estuvo expuesta, por las molestias de su prisión y por todos los gastos que haya tenido que hacer para su defensa. Si el fondo no alcanza es generosamente completado por la Corona…” y de paso el emperador podía ordenar que se proclamase su inocencia por toda la ciudad.

Y de nuevo mi mente vuelve a mal pensar. Si te envían a prisión por 10 años (menos descuento por “buen comportamiento”, que desde ya pronostico) y si no vas a poder devolver los 262 millones de dólares que la Justicia pide devuelvas, porque buena parte de ese dinero es irrastreable (de eso se trata el lavado de dinero), pues entonces, Saca ha sido de a poco “indemnizado”.

Tal “indemnización” se la hicieron los exfiscales, los expresidentes de la Corte de Cuentas, exbanqueros, exsuperintendentes del sistema financiero, que se hicieron enanos o enanas como en Lilliput ante un saqueo de tal magnitud y que nadie vio. Y ojo que la sentencia a Saca se dio justo en el mes que el Alto Mando militar toma un día para rendir honores a la Patria, sobrevolando helicópteros, aviones y lanzando soldados en paracaídas. Ese septiembre fue diferente a los que antecedieron ya que un excomandante en jefe de la Fuerza Armada fue enviado a la cárcel.

El otro excomandante en jefe, Mauricio Funes, no tuvo ni tiempo de llevarse uno de los sables dorados ni las botas militares bañadas en color oro cuando huyó a Nicaragua, dejando una estela de corrupción en la que contó con la complicidad de sus financistas, amigos, militares, familiares y exfuncionarios más allegados.

Pero qué pena que las sociedades han estado plagadas de corruptos y eso se deduce tras el naufragio del Antilope en el relato de Gulliver, sobre lo que vio en Lilliput –o lo que nosotros vemos en nuestro país a diario–: “Consideran allí –en Lilliput– el fraude como un crimen mayor que el robo, y, por consecuencia, rara vez dejan de castigarlo con la muerte porque sostienen ellos que el cuidado y la vigilancia, practicados con el común entendimiento, pueden preservar de los ladrones los bienes de un hombre, mientras que la honradez no tiene defensa contra una astucia superior; y como es necesario que haya perpetuas relaciones de compra y venta y comercio a crédito, donde se permite y tolera el fraude, o donde no hay leyes para castigarlo, el comerciante más honrado sale siempre perdiendo y el bribón saca la ventaja”.

En otras palabras, Saca, el bribón que un día dijo que a los malacates “se les acabó la fiesta” sacó ventaja de tener el poder para empobrecer más a este “Lilliput del Pacífico”. Pero además, el sarcasmo con el que miraba a los periodistas en la sala de audiencias denotaba la superioridad sobre un país de enanos y enanas (por aquello del género), que ni siquiera tuvieron el valor de exigir una pena mayor, la sociedad civil pudo hacer más con este caso, el expresar repudio debió ser consigna y demandar dureza contra Saca y contra otros corruptos debió ser la voz de batalla, pero a la sala de audiencias –una similar a la que usó un sindicato para hacer una pachanga–, a la sala donde Saca escuchó su sentencia, hasta a los periodistas se les restringió su trabajo, coartando a los salvadoreños el derecho a estar informados.

Periodista.