La esperanza es una disciplina

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01 October 2018

Siempre leo a Manuel Hinds. Sobre todo porque le admiro su capacidad de volver accesibles temas sumamente complejos de política pública, destilándolos a su verdadera esencia en lenguaje sencillo, todo en 800 palabras o menos. Su columna del viernes pasado no fue la excepción, porque mencionó un tema que es al mismo tiempo, tanto un ejercicio de sentido común como un debate filosófico sobre la existencia humana.

En “El mensaje de la desesperanza”, Hinds escribió del círculo vicioso en el que nos subsume la baja autoestima colectiva. Cuando nos convencemos de que nuestra mala situación es permanente, las ganas de intentar salir del hoyo se vuelven un ejercicio en futilidad. Básicamente, la mala situación nos convence de que no merecemos más y al dejar de tratar, perpetuamos la mala situación. Hinds señala diferentes indicadores y mediciones objetivas en las que nuestra situación no solo no es la peor, sino que es una que debería darnos optimismo. Y aunque estoy de acuerdo con Hinds en que una dosis de buena autoestima colectiva, orgullo por lo nuestro, optimismo y esperanza pueden ser excelentes motores para el progreso, hay también suficientes elementos objetivos que explican por qué no nos va a ser tan fácil simplemente cambiar de actitud.

Si bien nuestra fortaleza institucional y nuestra estabilidad económica son bienes objetivos que nos ponen a la delantera de muchísimos países con características similares, como tales no son suficientes para derivar esperanza a una población entera. Quizás la teoría de la jerarquía de necesidades que desarrolló el psicólogo Abraham Maslow ayuda a explicar porque nos falta la esperanza. Según la pirámide de Maslow, el autoestima solo se consigue tras tener satisfechas necesidades primero fisiológicas básicas (hambre, sueño), luego seguridad (aquí entra la seguridad pública), luego pertenencia/amor, y solo después autoestima. No es difícil ver, desde la perspectiva de las políticas públicas, cuáles de estos niveles de necesidades humanas no están siendo cubiertos para una enorme porción de la población.

Y lo más triste es que sabiendo que de la seguridad depende tanto, ninguno de los actuales candidatos presidenciales está haciendo de la seguridad pública una prioridad de campaña. Quizás porque quieren evitar quemarse al hablar en público de un tema en el que pensar más allá de los confines del autoritarismo es un riesgo político. Ojala no sea porque ven el tema como algo tan complejo que mejor han optado por volverse parte de la desesperanza sofocante de la que habla Hinds.

Yo agregaría que otro motivo por el que salir del hoyo de la desesperanza no depende solo de un cambio de políticas públicas (desde el punto de vista colectivo) y de un cambio de mentalidad (desde el punto de vista individual), es porque la esperanza no es fácil. Es una disciplina. Es, como la paciencia, un músculo que solo crece si se ejercita. Es una decisión diaria, consciente, que no se puede equiparar con optimismo ciego —ese se “siente” con independencia de la realidad y por no estar basado en lo que es posible, construye poco. La esperanza es negarse (con base en principios) a caer en la desesperación. La esperanza no es fácil porque requiere trabajo. Por algo era lo último que quedó atrapado al fondo en la caja de Pandora: a veces es tan, tan débil que requiere de que cada uno de nosotros la resucitemos con nuestro aliento. La esperanza no tiene por qué ser la idea de que todos los factores inamovibles de hoy cambiarán mañana, o de que nuestras acciones servirán para hacer la diferencia. Esperanza es simplemente ver los factores o parte de ellos como movibles. Sino mañana, algún día. Sino del todo, un poquito. La esperanza es una fortaleza que se construye una piedra a la vez, y sobrevive cuando sabe que hay otras manos ayudando con más piedras. Si, necesitamos esperanza. Pero no va a llegar hasta que no arreglemos las condiciones básicas —como que la certeza de saber que se volverá a casa de una pieza después del trabajo no dependa de la colonia donde uno vive— que le permiten al ser humano ejercitar la esperanza.

Lic. en Derecho de ESEN con maestría en

Políticas Públicas de Georgetown University.

@crislopezg