Propaganda y realidad

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01 October 2018

Debido a que durante la semana laboral todo es un corre-corre, lleno de compromisos profesionales, aderezado con un tráfico que ni el mítico Paso del Jaguar ha logrado neutralizar, he decidido utilizar mis fines de semana para tener un tiempo de calidad con mis hijos. Así que dentro de los planes del pasado sábado pensé que sería buena idea incluir un poco de turismo interno, ¿por qué no visitar la plaza Gerardo Barrios y conocer el “renovado Centro de San Salvador”?

En nuestro periplo para llegar a la Catedral tomamos la 25a. Avenida Sur, lo que nos permitió pasar frente al Mercado Cuscatlán, otra joya de la corona de la administración edilicia anterior, el cual, más que mercado, tiene el aspecto de un chupadero gigante, opinión que se complementa con la presencia de individuos en sus alrededores, cuya pinta indicaba, claramente, que ingresaban al lugar a hacer largas e intensas libaciones a Baco.

Ver el millonario proyecto, reducido a un Templo del Beber, me hizo conectar mentalmente con otro igual de caro e inútil: el Puerto de La Unión. Tantos millones invertidos en activos improductivos, en un país tan pletórico de necesidades, es simplemente aberrante. “Definitivamente –pensé para mis adentros–, hay funcionarios públicos que simplemente se encuentran huérfanos de toda lógica y sentido común”, lo cual, a su vez, habla muy mal de nosotros, los electores.

Salí bruscamente de mis cavilaciones, porque ya era hora de cruzar a la derecha, en la Alameda Roosevelt. A la altura de la plaza Bolívar tuve un repentino arranque de fe al ver la oscurana y basural que me rodeaba. Circulando por el lugar, le pedí con todas las fuerzas de mi recién renovada espiritualidad a San Óscar Arnulfo que bajo ninguna circunstancia se me fuera pinchar una llanta en esa zona. El Centro, de noche, no es el lugar más aconsejable para simplemente hacerte a un lado y sacar la mica y llave cruz.

En toda la ruta, el basural diseminado es simplemente impresionante. Da la impresión de que si en algo nos podemos poner entusiastamente de acuerdo los salvadoreños, es en ensuciar. Tirar basura a la calle, sin la mínima consideración, es nuestro verdadero deporte nacional. Un camión con una cuadrilla de la Alcaldía recogiendo la basura, simplemente no hacía ninguna diferencia ante las toneladas de basura diseminada. ¡Gran bienvenida al turista!

Ya cercano a la plaza Barrios, un largo “wooooow”, salió de la boca de mis hijas, la menor de las cuales preguntó, que “casa más bonita, ¿de quién es?”, a lo que, henchido el pecho de orgullo, enderezado en la silla del conductor y con voz de barítono, expresé: “Esa no es ninguna casa, inocente creatura, es ¡el Palacio Nacional!”. Llegando al lugar, intenté buscar parqueo. Nada informa al visitante la posibilidad de parquearse en el Edificio-Estacionamiento de la plaza Morazán, por lo que tuve que arreglármelas como pude y estacionarme a un costado de la calle, lo cual no alivia en nada la sensación de inseguridad que ya de por sí lleva el turista.

Ya ubicados, mientras agarraba firmemente la mano de mis hijas, caminamos a la plaza Barrios. El Palacio Nacional, simplemente impresionante. La Catedral, un poco menos. Luego que la mano del inquisidor arrojó de su fachada las obras del difunto Fernando Llort, la estructura ha quedado reducida a un totoposte de vigas y cemento, construida con el gusto arquitectónico de un niño de 9 años que juega con plastilina.

La experiencia por la zona es agridulce. Los cafés del lugar son acogedores. Las luces le dan realce al lugar, pero la estética cede ante la imagen de decenas de indigentes siendo alimentados por activistas religiosos con música a todo volumen; o bien, durmiendo en las aceras circundantes. El problema de la suciedad en las aceras persiste, mucho menos notoria que en la ruta de llegada, pero, aun así, presente. La tímida presencia de los cuerpos de seguridad, en una zona con alta incidencia delincuencial, no colabora con hacer sentir seguro al turista mientras deambula por el lugar.

¿Diagnóstico? El lugar está bonito. Vale la pena visitarlo antes de que se quemen las luces. Eso sí, una vez más, comprobé que la propaganda oficial supera, con mucho, la realidad.

Abogado, máster en Leyes

@MaxMojica