¿Celebrando la Independencia?

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17 September 2018

Este mes celebramos 197 años como nación independiente, pero en todo este tiempo no hemos logrado superar las deficientes estructuras político-sociales heredadas de la Colonia: pobreza, exclusión, desigualdad.

Durante 300 años los conquistadores ejercieron la dominación política y económica en nombre del Rey de España, con las mismas características y taras del sistema monárquico. Pero la Independencia, contrario a las ideas románticas que se posee sobre ella, no fue una reivindicación política del pueblo, sino de la oligarquía agraria e ilustrada que habitaba los territorios americanos, que fue influenciada por las ideas de libertad provenientes de la Revolución Francesa, así como la experiencia independentista de Estados Unidos, experiencias que quedaban muy lejos de los intereses del pueblo llano.

Al no ser la Independencia un movimiento “popular”, ésta solo sirvió para cambiar la clase dominante: el poder ya no fue ejercido por los españoles, sino por sus descendientes: los criollos. Ellos llegaron a representar el gran capital agrario, el cual unido al estamento militar representado por los mestizos y a la enorme influencia de la Iglesia Católica, conformaron la clase conservadora que permaneció en el ejercicio del poder político y económico, durante casi 200 años, hasta que su hegemonía fue puesta a prueba por las nuevas corrientes político sociales, en boga en el Siglo XX: el liberalismo, el socialismo y el comunismo.

El militarismo conversador ahogó, a punta de bayoneta, todos los esfuerzos de apertura política en el país, lo que implicó que la era democrática salvadoreña no naciera con la Independencia hasta la firma de los Acuerdos de Paz que marcaron el final de la guerra civil salvadoreña.

Durante el periodo colonial, los pobres, excluidos y marginados fueron los indígenas y los esclavos negros; paradójicamente, su situación no cambió durante la vida independiente, por lo que el imaginario popular sostenía que la situación precaria del pueblo finalmente cambiaría, hasta que un indígena (o un proletario, para decirlo desde la perspectiva marxista), fuera quien ejerciera el poder político.

Eventualmente llegó la oportunidad para que fuéramos gobernados por aquellos que se decía representaban al pueblo: los socialistas de izquierda, quienes se veían a sí mismos como la quintaesencia de la justicia social. Pero una vez en el poder, ellos traicionaron al pueblo y a sus ideales; los socialistas del Siglo XXI mintieron al pueblo, ejercieron el poder para enriquecerse ellos, sus familias y sus compadres, mientras el pueblo continuaba olvidado.

Parece ser entonces que, si existe una constante en la historia política de El Salvador, es esta: nuestro Gobierno siempre nos ha fallado, se ha quedado corto, nos ha defraudado en términos de hacernos alcanzar nuestros sueños de progreso y libertad. Conservadores y socialistas, no han respondido históricamente a las legítimas aspiraciones de progreso de las mayorías. Si eso ha sido así por casi 500 años, ¿no será que ha llegado de aspirar a que el Estado nos deje en paz y nos permita solucionar —desde el sector privado— nuestros propios problemas, y alcanzar por nuestros medios, el progreso para todos?

Lo que aspiramos los liberales es contar con un Estado pequeño y eficiente, que nos permita trabajar e invertir —que es lo que sabemos hacer. Que “interfiera”, sí, pero en promover la liberalización de la economía, para que se pueda combatir efectivamente la pobreza, por medio de la generación de empleo y negocios. ¡Queremos un Estado que gaste! Pero en seguridad, salud y educación del pueblo, en mejorar las condiciones y los salarios de los maestros, policías y médicos. Queremos un Gobierno que conceda a extranjeros el uso temporal de partes de nuestro territorio —como lo ha hecho con China— para que vengan a instalar empresas tecnológicas y universidades del Primer Mundo.

Los liberales aspiramos ser independientes de las remesas que nos envían los salvadoreños expulsados de su propia tierra. Queremos ser independientes de las donaciones internacionales que atentan contra nuestra soberanía y comprometen las decisiones y las políticas que se toman en el Estado. Queremos ser independientes de las cadenas de la pobreza, ignorancia, corrupción y hambre, que por 500 años han sometido a nuestro pueblo. De todo eso queremos ser independientes, pero la pregunta es ¿estarán nuestros futuros gobernantes a altura del reto?

Abogado, máster en Leyes.

@MaxMojica