La corrupción es cáncer

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10 September 2018

Podría argumentarse que lo que vuelve al cáncer un flagelo tan aterrador, es el hecho de que se origina adentro. Son nuestras propias células, programadas normalmente para hacer que cada uno de los sistemas de nuestro cuerpo ejecute de manera impecable las funciones que nos permiten existir, en rebelión absoluta de su mandato natural, comiéndonos por dentro. Sin intención alguna de minimizar o trivializar los horrores reales que el cáncer implica en las vidas de las víctimas que lo padecen y sus familias, el cáncer es una metáfora perfecta para entender la corrupción. Lo que le hace el cáncer a los organismos en los que se instala es sin duda parecidísimo a la manera en que la corrupción se come las instituciones en las que se establece: los componentes del organismo que tienen como función preservarlo, actúan en su contra, debilitándola poco a poco.

Como varios países en América Latina, en El Salvador el flagelo de la corrupción es una variable importantísima en cuanto a explicar nuestra falta de desarrollo. Viene en todos los tamaños y la etiqueta del precio abarca tanto figuras de dos cifras hasta cantidades millonarias. Y como el cáncer, sus efectos son devastadores en cuanto a la impotencia que genera en aquellos que afecta. ¿Cuántas veces hemos oído promesas electorales por parte de diferentes candidatos comprometiéndose a combatir la corrupción para terminar volviéndose niños símbolo del tema? El anuncio en el que el entonces candidato por el FMLN, Mauricio Funes, apasionadamente condenaba a los corruptos que se llenaban los bolsillos mientras faltaban medicinas en los hospitales, aún puede encontrarse en YouTube. (Por cierto, si algún día, ya sea por obra y gracia divina o por algún acto heroico del Ministerio Público en cumplimiento de su deber, el expresidente Funes termina siendo procesado por la justicia por la desviación de fondos ocurrida durante su administración, debería ser obligado a ver su anuncio ad infinitum).

Es entendible que para gran parte de la ciudadanía la corrupción esté ya normalizada, entendida como una consecuencia del poder y vista casi como el costo de ser gobernados. Pero adaptarse a una mala condición no vuelve a la condición menos mala: el cáncer sigue siendo cáncer. Y así como cuando el cáncer ataca, se emplean todos los métodos accesibles para combatirlo, para la corrupción no deberíamos conformarnos con un solo método o solución.

Para muchos el debate se centra alrededor de la figura idónea para combatir la corrupción: que si una CICIES sería efectiva, que si desde la presidencia se puede hacer algo cuando es la Asamblea la que tendría que ratificar cualquier tratado de este tipo, que si una reforma de leyes es lo único que podría salvarnos, o que si “con solo que se cumplieran las leyes existentes erradicaríamos la corrupción”, que si con solo elegir los candidatos idóneos se terminarían los problemas. Y la verdad es que la respuesta debería centrarse en incluir todas las propuestas como posibles métodos de combate —cuando el cáncer ataca, ningún método se descarta como insignificante con tal de aliviar a quien sufre. Con la corrupción, es nuestra institucionalidad democrática la que está en juego, por lo que el debate (que debería ser liderado en este momento por los candidatos a la presidencia) debería incluir además de propuestas, compromisos y acciones concretas. Difícil creerle algo a quien promete combatir la corrupción si sus promesas no van acompañadas de presión a los partidos a los que pertenecen para elegir magistrados ya. Imposible creerle a quienes en su contra, ya tienen investigaciones de probidad. Creámosle a quienes traten la corrupción como cáncer: como el peligro urgente y gravísimo que es.

Lic. en Derecho de ESEN con

maestría en Políticas Públicas de

Georgetown University. @crislopezg