Cuando el silencio es cómplice, cobarde y asesino

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10 September 2018

Es fácil ser un héroe cuando se analizan las cosas en retrospectiva. ¿Hubieras tú defendido a los cristianos cuando eran lanzados a las fieras en el Circo Romano? ¿Hubieras testificado a favor de las mujeres falsamente acusadas de brujería ante la Inquisición? ¿Hubieras luchado por los derechos civiles de los afroamericanos ante los tribunales de Mississippi? Probablemente la respuesta fuera un convencido y valiente ¡claro que sí! Pero en realidad, no somos tan “héroes” cuando la oportunidad se nos pone enfrente; de hecho, muchas veces preferimos la comodidad de voltear a ver “para el otro lado”.

En 1939 era el apogeo de la dominación nazi en Europa. Los judíos hacían hasta lo imposible por escapar de los territorios dominados por Alemania. El problema se dio con las naciones vecinas: cada judío que escapaba del Reich implicaba un tema social que atender en sus propios territorios: trabajo, vivienda, seguridad social y asistencia médica. Por ello, los países circundantes, incluyendo los Estados Unidos de América, endurecieron sus controles fronterizos, así como los trámites migratorios, para impedir, o al menos, detener, la oleada humana de refugiados.

La negativa a auxiliar a los refugiados quedó demostrada por el destino del trasatlántico alemán, el St. Louis. Fletado para salvar de las cámaras de gas a más de 900 judíos, zarpó de Hamburgo un 13 de mayo de 1939 con destino primero a Cuba, para atracar posteriormente en Miami. Todos, o la mayoría, tenían visas para entrar a Estados Unidos, pero a efectos de esperar su “turno de entrada”, decidieron atracar en Cuba.

Temeroso de que una marea de inmigrantes estableciera Cuba como un “destino seguro”, el presidente cubano Federico Laredo Bru emitió un decreto, en mayo de 1939, revocando las visas cubanas a todos los pasajeros judíos del St. Louis, todo ello para “salvaguardar los puestos de trabajo en Cuba”. La opinión pública y medios de comunicación cubanos se mostraron de acuerdo con la medida. Una vez en Cuba, los infelices pasajeros fueron retenidos a bordo, y posteriormente se presionó militarmente para que el trasatlántico —con su cargamento de desdicha— abandonara aguas territoriales cubanas.

El 2 de junio de 1939, el trasatlántico dejó atrás Cuba, mientras el “Comité Judío Conjunto de Ayuda”, una ONG internacional, desarrollaba intensas negociaciones con el gobierno de la Isla, así como con Estados Unidos, para que alguno de estos pudiese recibir el cargamento humano que escapaba de la terrible “solución final”.

Ninguna de ambas naciones brindó su apoyo, el St. Louis decidió dar marcha atrás y volver a Europa. Ningún país en la ruta aceptó conceder visas a los judíos perseguidos por los nazis. Estos tuvieron que repartirse entre Francia, Bélgica y Holanda… países que fueron ocupados en los meses subsiguientes por las fuerzas armadas alemanas. Atrapados en el círculo asesino de la Alemania nazi, todos los ocupantes del St. Louis perecieron.

El Holocausto no solo fue responsabilidad de Hitler y sus secuaces; también fue responsabilidad de los gobiernos y de los ciudadanos de las naciones que se negaron a abrir sus fronteras. Para ellos, en su momento, era más cómodo, más lógico, más seguro, voltear a ver “para el otro lado”, que enfrentar al asesino, al tirano, al opresor.

En la actualidad, algo similar está sucediendo con nuestros hermanos en Venezuela y en Nicaragua. Mientras nosotros consentimos que nuestro gobierno prefiera votar en la ONU y en la OEA, a la par de esos tiránicos narcoestados que se ceban en la sangre de su propio pueblo, para no molestar a sus “compas”, con quienes ellos tienen parentescos ideológicos, o de quienes se sienten “propiedad”, al haber sido compradas sus voluntades, con el petróleo que generosamente fluye en las venas del subsuelo venezolano.

¡Pero yo no estoy dispuesto a quedarme callado ante el sufrimiento de mis hermanos nicaragüenses y venezolanos! ¡No estoy dispuesto a quedarme callado frente a su genocida gobierno! Yo no estoy dispuesto a guardar un silencio cómplice, cobarde y asesino.

Este es un mensaje que va hasta Managua y Caracas: ¡Resistan! La Historia está de su lado. Nicaragüenses y venezolanos, el Socialismo del Siglo XXI pronto será un vergonzoso sistema político, lleno de oprobio, del que nuestros pueblos se avergonzarán cuando repasen su historia.

Abogado, máster en Leyes.

@MaxMojica