Argentina no aprende

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05 September 2018

Argentina volvió a tener una crisis cambiaria, por lo que el presidente Mauricio Macri anunció medidas de emergencia ayer. Volvió también a su relación enfermiza con el Fondo Monetario Internacional, al que le está pidiendo que adelante el resto de los US$50,000 millones de un paquete negociado hace unos meses que era para prevenir que se extendiera la crisis de entonces.

En lo que va del año, el peso se ha devaluado por 50 %. La inflación está por 30 %, el déficit fiscal en 2017 llegó a más de 6 %, el banco central llegó a subir los intereses a 60 % y la alta deuda pública sigue al alza. Todos son síntomas del viejo problema argentino: el descontrolado gasto público.

Ante la realidad económica, Macri ha mostrado poco interés en reducir el gasto. Su paquete de reformas se apoya fuertemente en el alza de impuestos a las exportaciones. No funcionará porque el ajuste económico está recayendo mayormente sobre el sector privado productivo y muy poquito sobre el enorme Estado. Si en algún momento Macri representó la esperanza de que Argentina podía dejar atrás el legado de estatismo sofocante que heredó, ha desperdiciado esa oportunidad. Tiene mucha razón el líder de Confederaciones Rurales Argentinas al quejarse de que “estamos volviendo a la Argentina de antes”.

No tenía que ser así. Cuando llegó al poder a finales de 2015, Macri prometió grandes cambios. Tuvo credibilidad. Además de crear un ambiente político abierto, en los primeros 100 días de su gobierno reincorporó a la Argentina a la economía internacional: eliminó o redujo impuestos a las exportaciones, negoció la deuda externa impaga y quitó controles de capital con el resultado de que se fortaleció el peso. Fue un principio excelente.

Para hacer de Argentina un país “normal”, Macri tenía que avanzar mucho más. Pero no ha querido enfrentar el problema principal que es el Estado elefantiásico. Entre el 2002 y 2016, la carga tributaria de Argentina fue la que más subió en América Latina, alcanzando el 31.3 % del PBI, y está muy por encima del promedio de la región (22.7 %), según el Instituto Argentino de Análisis Fiscal. Aun así, el Estado llegó a gastar mucho más: 42.4 % del PBI en 2016.

Ese nivel de gasto es casi el doble de lo que gastaba Argentina en 2003, cuando empezó el docenio populista de los Kirchner. Macri solo ha reducido el gasto en un par de puntos porcentuales. Por eso, ha tenido que recurrir a la emisión de deuda e imprimir pesos para financiar el Estado. Reporta el economista Roberto Cachanosky que una cuarta parte de los ingresos tributarios ahora va para pagar intereses. Hace dos años, era la mitad. Reporta también que desde que entró Macri, el empleo público ha crecido y el privado ha caído.

El gradualismo de Macri ha creado una crisis que supuestamente resultaría de haber implementado reformas contundentes y profundas que se evitaron. Ahora, el economista José Luis Espert observa que si el plan de ajuste de Macri funciona como espera el gobierno, el PBI per cápita quedará 5 % debajo de lo que estaba en 2015, cuando dejó Cristina Kirchner el poder.

Que la enfermedad de Argentina continúe con Macri no le sorprende a Espert. Observa que en 63 de los últimos 70 años, el país registró un déficit fiscal. En todo eso no ayuda el FMI. Presta dinero a gobiernos argentinos que han comprobado su ineptitud y de esa manera prolonga y agrava el problema. Su último “rescate” masivo a Argentina fracasó con la crisis de 2001, pero los argentinos se quedaron con mayor deuda. La nueva ayuda tampoco funcionará. Seguirá extendiendo la enfermedad argentina.

(Este artículo fue publicado originalmente en El Comercio (Perú) el 4 de septiembre de 2018).

Director del Centro para la Libertad

y la Prosperidad Global del Cato Institute