Sindicalismo mal entendido

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03 September 2018

Vergonzoso. Es la única forma como podemos calificar lo sucedido al interior de la sala de audiencias 5-B en el Centro Judicial Isidro Menéndez. Un video circulado en redes sociales mostraba a tres mujeres con poca ropa bailando en lo que parecía una fiesta. En el mismo lugar donde se realizaron las audiencias en casos tan importantes como Ley de Amnistía, desapariciones forzadas y donde se juzga casos de importancia social, un sindicato del Órgano Judicial organizó “actos de sano esparcimiento”. Inaceptable. El sindicalismo ha sido mal entendido en este país.

El bailongo judicial es reprochable por varias razones. Primero, el uso de edificios estatales en este tipo de eventos; utilizar recintos públicos para fiestas y, sobre todo, espacios que deberían ser símbolos de la impartición de justicia, va contra de un buen uso de los recursos del Estado. También es cuestionable la falta de control de las autoridades internas; es poco creíble que los encargados del edificio no saben qué fue lo qué pasó y nadie se hace cargo. Y además es reprochable la justificación que dieron los dirigentes sindicales sobre el evento: que “se trataba de un evento de sano esparcimiento”, agregando que “no tenemos por qué pedir permiso a los magistrados, como sindicatos somos independientes”. El fuero sindical no es infinito y algunos sindicatos deberían replantearse su rol.

La “libertad sindical” que alegan muchos miembros de sindicatos se ha degenerado. Ser sindicalista se ha convertido en sinónimo de persona que no realiza las labores para las que ha sido contratado; que exige mucho y trabaja poco. Todo en nombre de la labor sindical. Hay que tener dos puntos claros: primero, los sindicatos son necesarios en toda sociedad libre, como defensores de los derechos de los trabajadores; pero, segundo, la libertad sindical no es ilimitada ni un cheque en blanco para que el sindicalista haga lo que quiera.

Los sindicatos surgen como necesidad de los trabajadores a fin de evitar abusos de los patrones, defender sus intereses laborales y mejorar las condiciones de los empleados. Se trata de una relación en la que todos deberían ganar: los empleados gozan de mejores condiciones progresivamente, pero los patronos también reciben un mejor trabajo a cambio. Así como hay patrones explotadores, así también hay sindicatos que se dedican únicamente a exigir y solo ven la relación de un lado. Cuando se trata de organizaciones sindicales dentro de instituciones públicas, la labor sindical y el sueldo de los directivos (trabajen o no) sale de todos los que pagamos impuestos. Por eso es imposible ser indiferentes a la manera en como estos se desarrollan.

No podemos negar que la labor sindical se ha tergiversado, sobre todo al nivel de directivos. Ser líder sindical ahora significa que la persona no trabaja por andar resolviendo otros asuntos, que pueden ser que sean beneficios para todos los trabajadores, pero puede que no. Tengamos claro que ser sindicalista no es un trabajo. El trabajo son las funciones para las que son contratados y por las cuales se recibe un salario; al convertirse en líder sindical, la persona recibe ciertos beneficios como ausentarse unas horas de su trabajo para realizar labores propias de la organización y el fuero sindical. Pero aquí se entiende como un permiso pleno para hacer lo que se les venga en gana. Eso no es un derecho, es un abuso del derecho.

El sindicalismo necesita reinventarse en El Salvador. Actos como el “bailongo judicial” únicamente reflejan un mal uso de los recursos públicos y deterioran la percepción que se tiene de organizaciones con una importante misión como los sindicatos. Su labor debe ser bien comprendida por quienes están al frente de las organizaciones. El sindicalismo no es igual a abuso de los derechos que se otorgan, a no trabajar o a gozar de privilegios fuera de la ley; es sinónimo de defender los derechos de la clase trabajadora en su justa medida.

Abogada