La nueva agenda ciudadana

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30 August 2018

Cada cinco años los salvadoreños vaticinan que la siguiente elección presidencial será la más compleja. De nuevo, se repiten todos, estará en juego el “sistema de libertades”. Las antítesis entre liberales y socialistas entran otra vez en escena. Los primeros promoviendo más desarrollo, disciplina fiscal, mercado libre, Estados pequeños, respeto a la propiedad privada y menos impuestos. Los segundos reivindicando la expansión del sector público, más asistencialismo, el control de los precios, Estados grandes, la expropiación de los bienes en beneficio de los pobres y más impuestos. Cada “bando” con millones de electores que consideran las ideas de unos como el blindaje para evitar los males del otro.

Hasta 2014 la lucha por el poder la han protagonizado los partidos mayoritarios. La génesis de ambos se remonta al conflicto armado. En los dos siguen influyendo los líderes del pasado y ninguno es ajeno a los grandes escándalos de corrupción. Tanto ARENA como el FMLN han sido multados por violentar las normas que regulan el financiamiento político y por hacer campaña adelantada. Ni uno ni otro han expuesto en serio a sus candidatos a debates ni entre ellos ni frente al resto de aspirantes a la presidencia de la República.

La ciudadanía les critica el flaco entusiasmo por el diálogo, su visión ideologizada de la economía y el empecinamiento por el reparto de las instituciones encargadas del control del delito, de la administración de justicia y de la contraloría de los fondos públicos. En definitiva, los grandes partidos tradicionales han “desalojado” el camino para que, de la misma manera que ha sucedido en otros países, exista la posibilidad que una “tercera vía” alcance el Ejecutivo.

En su defensa debe señalarse que tienen un ideario político que define el rumbo con el cual pretenden orientar al país, mantienen la cuota más importante de gobiernos locales y cuentan con el mayor número de legisladores en la Asamblea Legislativa. En resumen, los votantes continúan depositando en estas organizaciones partidarias su confianza. Además su estructura les permite tener control y presencia territorial a nivel nacional.

Sin embargo, el siglo XXI trajo consigo una nueva agenda. Aunque persisten las contradicciones y los polos opuestos descritos al inicio de esta columna la población diferencia entre los que obstaculizan el acceso a la información de aquellos que promueven la transparencia; separan a los que se oponen a la renovación de los cuadros partidarios y privilegian a los institutos políticos que presentan opciones políticas innovadoras, con iniciativas originales que se distancian de los grandes discursos y aterrizan en programas que generan empleo. En otras palabras, los votantes ahora son más pragmáticos y menos inclinados a las ideologías.

Por otra parte, los de 2019 dejarán de ser los comicios entre derechistas e izquierdistas y se insertarán en la ola electoral que afecta a América Latina y que se distingue por el inmediatismo, esa aspiración que en repetidas ocasiones hemos referido en esta columna de opinión. Es un sentimiento en el que, siguiendo al politólogo argentino Daniel Zovatto, el enojo le gana al miedo. Que surjan, por tanto, otras alternativas políticas le hace bien a la democracia, la oxigena y eleva el listón para los partidos veteranos. Obliga a estos últimos a modernizarse, a adaptar su credo a los anhelos de todos los segmentos, principalmente al de los jóvenes, sin que con ello se sacrifiquen sus principios. La prudencia debe centrarse, sin embargo, en el mil veces repetido discurso populista con el que intentan hacerse de la primera magistratura algunos que tienen la intención de prostituir aún más a la política.

El sistema necesita, al mismo tiempo, del pluralismo político y del multipartidismo, esto es, de una diversidad de pensamientos con énfasis diferentes en los temas que preocupan a la gente y con la existencia de más de dos partidos. Esto asegura la inclusión de todos los ciudadanos y debería mejorar, con el uso de mecanismos internos limpios y competitivos para nombrar a los candidatos, la calidad de la representación. En las próximas presidenciales debemos codiciar este objetivo y sumarle el de respaldar a los presidenciables que hayan descifrado con claridad los deseos de una sociedad que busca revalorizar a la política.

Doctor en derecho y politólogo