Hiroo Onoda

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22 August 2018

En septiembre de 1945, abordo del acorazado de guerra estadounidense Missouri, altos representantes del Imperio Japonés firmaron su rendición incondicional en la II Guerra Mundial. Durante los tres meses previos a este acto simbólico, las tropas japonesas se replegaron y desmovilizaron. Con esto, uno de los ejércitos de mayor mística y garra en la historia reciente de la humanidad aceptaba su derrota y todo un país se preparaba para una nueva era.

Todo un país, excepto un minúsculo grupo que nunca fue notificado y continuó la guerra. Uno de ellos fue Hiroo Onoda, un soldado que a la firma de la rendición tenía solo 23 años y se encontraba destacado en las montañas de Filipinas.

En octubre de 1945, a este joven y sus compañeros se les hizo llegar un folleto que decía “La guerra terminó, ¡bajen de la montaña!”. Para él, cuya disciplina militar rozaba con el fanatismo, esto era una artimaña para una humillante rendición y no accedió a bajar las armas.

Pese a que el paradero exacto de Onoda era desconocido, se sabía que merodeaba algunas zonas y que incluso había atacado a pobladores locales, a los que seguía considerando enemigos. Por ello, el gobierno japonés hizo llegar a esas zonas notas que destacaban el fin del conflicto y solicitudes de sus familiares para volver a casa. No fue hasta 1974 cuando se localizó al comandante Yoshimi Taniguchi, superior de este último soldado, quien lo encontró y le ordenó dejar las armas. Solo así aceptó rendirse de su anacrónica lucha.

La realidad política de El Salvador no dista tanto del pensamiento de Onoda, quien pese a las múltiples advertencias se resistió a abandonar una lucha que ya no existe. Esto se agrava en temporada electoral, cuando muchos deciden batallar fantasmas en perjuicio de atender las prioridades reales del país.

En política partidaria, durante los meses previos a los comicios, el país entero se sube a un DeLorean y viaja a 1985, donde priman los discursos guerrafriístas. Pese a que el país vive una realidad mucho más compleja, el panorama se simplifica y El Salvador se condena a la dicotomía de izquierdas o derechas.

Esta polarización absurda ha impedido que los gobiernos de la posguerra alcancen acuerdos significativos en áreas importantes y que incluso sean capaces de denunciar violaciones a derechos humanos si estas vienen de sus “amiguitos”.

Tampoco ha habido un honesto abordaje a los problemas socioeconómicos de El Salvador. Un bando reniega de las más básicas realidades económicas que apuntan al intercambio como una salida a la pobreza y el otro pretende negar la situación de desigualdad y exclusión en la que viven millones de compatriotas. Todos buscan la verdad donde no se encuentra: en los extremos y los dogmas. Mientras esto sucede, el mundo busca dotar a los mercados de medidas que garanticen que aquellos más desafortunados también puedan recibir los frutos de la globalización y trasciende de los viejos manuales que tanto la derecha como la izquierda del país enarbolan.

Y ahora que ha surgido una “tercera vía” con posibilidades reales en la arena electoral, viene con vicios imperdonables. Lejos de buscar la despolarización —aunque su propaganda así afirme— buscan generar una nueva batalla entre “los de siempre” y su supuesta renovación, desprovista de contenido y en torno a una sola persona. Su anacrónica batalla es la de la personificación de la política, una enfermedad de la cual ya deberíamos habernos curado.

En la sociedad civil también hay problemas. Por ejemplo, mientras las naciones más civilizadas avanzan hacia la igualdad de género y la inclusión de poblaciones marginadas como las comunidades LGBT+, entre los círculos más conservadores de El Salvador el discurso que prima es el de un esfuerzo por “destruir a la familia” e instaurar una suerte de marxismo cultural (?) que no termino de comprender. En estas maquinaciones, repiten discursos intolerantes y carentes de empatía que en el resto del mundo han sido reservados a grupos que ya nadie está tomando en serio.

Pese a que las batallas son diversas, el factor en común de estos Onoda modernos es la poca disposición a dialogar y con base en evidencia formular mejores políticas públicas. Y al igual que el nipón, de no adaptarse, poco a poco se quedarán batallando solos en alguna remota montaña de la irrelevancia política.

Analista político

@docAvelar