Dime con quién andas…

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17 August 2018

La corrupción, y su erradicación, debe ser un punto imprescindible en la agenda política de los aspirantes a la presidencia, desde dos perspectivas: por una parte, que los ciudadanos conozcamos su trayectoria personal, pública y privada con respecto al tema, para que podamos juzgar sobre la probidad de los candidatos; y por otra, que las promesas y estrategias que cada aspirante proponga a los electores sean claras, concretas y con esperanza de eficacia.

Tanto el ex presidente Saca como su homólogo Funes incluyeron en sus discursos de toma de posesión referencias al tema. Luego el tiempo se encargó de confirmar que era pura y simple demagogia, pues una vez en el poder hicieron todo lo necesario para vaciar las arcas del Estado, como consta por los sendos juicios en proceso.

Cada vez nos queda más claro que la banda presidencial, o el tomar posesión de un cargo público, no cambia a nadie: el que es honesto y trabajador sigue siéndolo después de aceptar el cargo; y el que es vividor y/o incapaz sigue siéndolo sin remedio, para desgracia de todos pero especialmente de las personas más pobres, pues los recursos que deberían dedicarse a salud, educación y seguridad terminan en bolsas de basura con rumbo a bolsillos particulares.

Con frecuencia me pregunto por qué extraño mecanismo mental seguimos creyendo a los políticos, cuando nos hacen promesas y presentan planes de gobierno que no tienen ningún fundamento: ni en sus acciones pasadas ni en su experiencia laboral ni en su formación académica ni en la trayectoria del partido político al que pertenecen. Como también me cuestiono por qué la sociedad civil no es capaz de pedirles cuentas y aceptamos como logros asuntos que no son más que obligaciones, aunque las cosas verdaderamente importantes duerman el sueño de los justos engavetadas en el escritorio de los burócratas, mientras mueren más salvadoreños por la violencia ciudadana, la sanidad pública empeora a ojos vista y la educación pública es enormemente deficiente.

Las lecciones de los últimos periodos presidenciales son amargas: cada cinco años tuvimos oportunidad de juzgar el trabajo de quienes presidieron el Poder Ejecutivo, y cada cinco años parece que tropezamos con la misma piedra: escogimos gente no solo incapaz, sino, además, corrupta. No me invento nada. Basta ver la trayectoria del país en todos los indicadores de desarrollo humano, en el comportamiento de la economía, en el número de personas que no tienen más solución que emigrar para sobrevivir, etc.

Los que hasta hoy se proponen como candidatos han puesto el tema en la agenda de sus discursos: prometen limpiar la sociedad del cáncer de la corrupción y aprobar leyes más duras. Sin embargo, ninguno, al día de hoy, ha propuesto cosas concretas. Se podría pensar que es muy pronto para esto, y quizá hay razones para ello, pero la práctica habitual ha sido en el mejor de los casos hablar generalidades; y en el peor, articular mecanismos para robar dinero y crear instituciones-tapadera que les permitieron enriquecerse obscenamente a ellos y a sus corifeos.

Estamos claros: ni las leyes ni los discursos ni las promesas ni las instituciones han detenido la corrupción. ¿Vamos a seguir aceptándolos como estrategia de lucha contra el desfalco de las arcas del Estado?

Antes de creer lo que nos digan en este caso, especialmente en este caso, habrá que examinar más detenidamente la ruta de vida de quien nos lo está diciendo, conocer sus condiciones personales, su experiencia laboral y preparación académica.

Además, habrá que estar atentos acerca de la reputación de las personas que rodean al que promete y propone, pues como reza el dicho, si bien es posible que crezca una flor en un estercolero, lo más probable es que en un sitio del que salen vaharadas de tufo, no encontremos, precisamente, un jardín.

Ingeniero

@carlosmayorare