Otra vez la parca

descripción de la imagen

Por

17 August 2018

Estoy trabajando en una actividad de crecimiento profesional con una persona reservada y sobria, respetuosa, de hablar pausado, buenas maneras, impecablemente vestido. Su trato y presencia son agradables: cabello entrecano, bien recortado y peinado; tez clara, cuidadosamente afeitada; ligeramente más alto que el promedio, benigna barriga, contextura que hace suponer que hizo deporte en su adolescencia. Hemos trabajado intensamente por quince minutos cuando suena su celular. Una rápida mirada a la pantalla y me dice: “Disculpe, pero no puedo dejar de tomarla”.

Inicia la llamada en mi presencia, sin levantarse de la mesa que nos separa y sostiene los documentos en los que trabajamos. Empieza a hablar y, de inmediato, noto cómo la tesitura de su voz cambia y se vuelve tierna. No se levanta, no esconde la llamada, no se turba en absoluto. Conversa con la misma placidez con la que antes trabajaba. Atentos a nuestra conversación como habíamos estado —uno de los objetivos del ejercicio— me es fácil constatar que toda su atención, ahora, está puesta en esa llamada. “No mamá. Los doctores dicen que ha mejorado mucho y por eso le han dado el alta; han recomendado que mejor se recupere en la casa, no en el hospital, y yo estoy de acuerdo con ellos”. Continúa, siempre reposadamente: “Tranquila, madre, ahora no puedo estar allí, pero le he enviado a Martín para que la lleve... A su casa, mamá. Sí, claro que tendrá allí quien la cuide y la acompañe”... “Mañana, temprano por la mañana estaré con usted. Mejor dicho, estaremos con usted porque llevaré a sus nietos para que también ellos la vean. Recuerde que se irán al inicio de la próxima semana”.

Ha cortado hace unos segundos. Se toma su tiempo para guardar el teléfono, recomponer su vestuario y ver hacia ningún lado antes de retornar al ejercicio, a nuestra conversación. Se tomó más del necesario, pero no hago comentario alguno. No pregunto nada, ni oral ni corporalmente. Me dice “Era mi madre. Después de una semana en el hospital nos la han entregado el día de hoy”. Me limito a escuchar activamente. “Me ha quitado un gran peso de encima la llamada. Ahora que salió, ya puedo decirlo. Ya es mayor y me tenía nervioso que estuviera en el hospital. ¿En qué estábamos?”. Inspira profundamente, se reacomoda en la silla y se prepara para seguir. “Gracias por la confianza —digo. Sé lo que se siente, ya he pasado por eso”. Sonríe agradecido, nos sintonizamos nuevamente en la tarea y la terminamos justo a tiempo para atender al llamado de retorno a la sala donde nos congregamos con el resto de profesionales.

Tres semanas después nos encontramos nuevamente en este curso que matriculamos meses atrás. No nos hemos visto, cada quien en sus afanes. Sesión intensa, desafiante, prometedora. El inquieto grupo se ha ido consolidando, movilizados por la temática. La experta a cargo del módulo brilla en esta primera sesión. Impacta positivamente: entregada a su labor, nada egoísta con su vasta experiencia. Por esta noche, la primera sesión ha terminado. Rápidas conversaciones de despedida en pequeños grupos, tríos. Pareciera que nadie se quiere ir aún. Buena señal para la conductora.

Me le acerco y nos saludamos. “Pensé llamarte durante este receso para saber cómo te había ido”, le digo, recordando que fueron semanas lejos de su familia. Su rápida respuesta me tomó desprevenido: “Fue la última vez que conversé con mi mamá. Murió al día siguiente que me oíste hablar con ella”. Veo lo que viene, pienso por un segundo que no es el mejor lugar, pero no me da tiempo de nada. Rompe a llorar. Lo abrazo. Solloza quedamente mientras las lágrimas se deslizan por sus afeitadas mejillas. Quedan personas en el salón, pero creo que nadie se percató de la escena. ¡Cuánto dolor estará sintiendo que no le importó ser visto! ¡Cuánto se habrá contenido antes, que ahora llora sin detenerse! Uno, dos minutos, no sé. Seca sus lágrimas, dice un par de cosas más; noto que ya está en control. Hablo poco, siento mucho. Empezamos a caminar a la salida. ¡Qué noches habrá tenido! Mañana será otro día. Subo a mi carro emocionado, me acomodo y pienso: otra vez la parca. Cada vez más frecuente, cada vez más cercana. ¿Nos hallará tranquilos, en paz, agradecidos? ¿Diremos “vida nada me debes, vida estamos en paz”?... Ojalá.

Sicólogo