Humanizando al Sol

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06 August 2018

Crecí oyendo Luis Miguel. No intencionalmente, las fanáticas eran mis hermanas que me sacan todas más de una década. Pero si pienso en la banda sonora de mi infancia, definitivamente lo que suena es la voz de Luis Miguel. Y es que cuando le dio por cantar las canciones de Armando Manzanero y grabar su propia versión de boleros argentinos, mis papás dejaron de objetar que fuera Luis Miguel lo que se oía desayuno, almuerzo y cena. Más allá de eso, del tipo sabía yo muy poco, aparte de que era mexicano.

Y así habrían seguido las cosas si no hubiera sido porque a Telemundo se le ocurrió la manera de cautivar a los latinoamericanos millennials, incursionando en el género de la serie y aliándose con Netflix, a sabiendas de que cada vez son menos las personas que aún sintonizan sus programas favoritos a una hora determinada cambiando los canales del televisor. Y con eso lograron que los domingos por la noche en toda Latinoamérica no se hiciera más que ver un nuevo episodio de Luis Miguel, La Serie en Netflix (en Estados Unidos la serie solo está disponible cual telenovela en el canal de Telemundo y no en Netflix, por lo que los que nos expatriamos al Norte tuvimos que verla con pausas comerciales, cual neandertales).

La serie unió a varias demográficas y diferentes generaciones de maneras que una telenovela no ha logrado hacerlo. Quizás porque en cada capítulo aparecía más de una canción que sin saberlo, muchos de nosotros nos sabíamos de memoria y que habíamos mantenido guardada sin recordar en algún disco duro de los recuerdos, probablemente a expensas de quién sabe cuánta información mucho más importante. Lo que volvió la serie adictiva para varias generaciones fue que quienes conocíamos vagamente la música, no sabíamos nada sobre la historia de su cantante. Y quienes crecieron idolatrando al cantante, sabían de su vida lo poco que habían logrado investigar las revistas tabloides y los programas de chisme.

Claro, la serie no es perfectamente apegada a la realidad, y dado que Luis Miguel es uno de los productores ejecutivos, es lógico pensar que la serie es un excelente vehículo para limar las muchas asperezas de su imagen, explicándolas quizás proveyendo el contexto de los horrores vividos a manos de su papá, de no saber del paradero de su mamá y de no contar con el ejemplo de una relación amorosa libre de abusos durante toda su vida. El contexto definitivamente humaniza al ídolo al que Latinoamérica entera subió a un pedestal a una edad en la que él no tenía total entendimiento de las consecuencias.

La serie, sin embargo, más allá de hilar historia con ficción de manera adictiva, es también una oportunidad que se presta para la reflexión, como sociedades latinoamericanas, sobre quiénes son realmente nuestros ídolos y si terminamos de entender del todo el costo humano que el éxito estratosférico trae consigo; sobre si creemos que ese tipo de éxito es envidiable, incluso a costa de familia, amigos, y raíces; sobre si reconocemos que en nuestra adoración de nuestros héroes estamos excusando sus comportamientos deplorables, desde quebrantamiento de las leyes como la objetivización de las mujeres. Reflexiones que tocan el tema de la dignidad humana e invitan a diferenciar a la persona de la marca y el producto que han creado para nuestro entretenimiento.

Por suerte, la segunda temporada de la serie no saldrá hasta dentro de más de un año, así que para reflexionar nos sobra tiempo.

Lic. en Derecho de ESEN,

con maestría en Políticas

Públicas de Georgetown University.

@crislopezg