Lo que nuestro jardín dice de nosotros

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06 August 2018

No es poco lo que esos pequeños —o grandes— espacios verdes, ubicados al frente o en la parte interna de nuestras casas, dicen de nosotros. De la misma forma que se puede apreciar el carácter, personalidad y costumbres de una persona, al observar detalles como la limpieza de sus uñas, el estilo de su peinado o el estado de su calzado, así, nuestros jardines hablan mucho de nosotros.

Cuando pensamos en nuestra casa ideal, siempre esperamos que tenga, al menos, un pequeño jardín con grama. Ni siquiera nos molestamos en preguntarnos ¿por qué? Lo más probable es que demos por sentado, que simplemente lo queremos porque es “bonito”, pero pocos se molestan en analizar toda la historia que hay escondida detrás de nuestra afición por esos agradables espacios verdes.

La historia de nuestras verdes preferencias no es tan antigua, ya que resulta más que improbable que nuestros arcaicos antepasados, cazadores-recolectores, hubiesen contado con un bonito jardín con grama frente a su cueva. La realidad es que la idea de tener un jardín proviene de la Edad Media como una característica de la nobleza. La razón es simple: los jardines bien cuidados requerían de amplios terrenos y mucho trabajo, de ahí que tener un bonito y conservado jardín afuera de tu palacio, equivalía a tener un Ferrari parqueado afuera de tu casa.

Los jardines, como todo bien de lujo, no producen nada útil: no generan alimentos ni protección, tampoco son útiles para alimentar el ganado, de hecho, la grama usualmente es tan delicada, que ni siquiera se puede jugar permanentemente sobre ella. Su única función es servir para ser apreciados.

El lujo que implicaba tener un jardín era algo que simplemente no se podía falsificar. Cualquiera que pasara frente a él, captaba el mensaje que se enviaba: “soy tan rico y poderoso, tango tantas hectáreas de tierra en propiedad, que me puedo dar el lujo de desperdiciar toda esta tierra y en vez de que sea productiva, me tomo la molestia de pagar para que la cuiden, la rieguen y hagan crecer grama en ella”. Esa imagen, y la idea de bienestar y riqueza asociada con esta, quedó grabada, durante siglos, en la psiquis colectiva de la humanidad.

Por ello, los humanos identifican los jardines con el poder, nivel social y la bonanza económica. Luego de que la nobleza pasara a la historia como opción de gobierno, únicamente los obispos, banqueros, potentados económicos y altos empresarios o industriales podían darse el lujo de tener amplios y bonitos jardines.

A partir del boom económico que implicó la revolución industrial en el Siglo XIX, de la que no solo emergió la clase media con un nuevo poder adquisitivo, sino que, a su vez, marcó la aparición de inventos tales como las máquinas cortadoras de césped y los aspersores automáticos, millones de familias alrededor del mundo pudieron darse el lujo de contar con un jardín en sus propias viviendas.

Ahora, el jardín se ha “democratizado”, pasando de ser un artículo exclusivo de las clases sociales altas, a ser una necesidad de las clases medias. Aun así, los jardines continúan diciendo algo de nosotros. Resulta curioso como uno puede intuir el estado anímico, la armonía del hogar, el interés de los administradores de la casa o la situación económica de la familia, solo por contemplar el jardín de su residencia.

La visita puede pensar alarmada “algo está pasando con los López”, al ver su jardín descuidado y enmontado, o su patio trasero convertido en un tierrero. El jardín habla de nosotros, como una radiografía habla de un enfermo.

De igual forma, cuando vamos a nuestros parques, arriates y lugares públicos, podemos pensar: “algo está pasando con el Estado de El Salvador”, ya que igual que el abandono de un jardín habla mucho sobre la situación de los habitantes de una casa; el descuido de nuestras áreas públicas, habla mucho del estado de nuestro gobierno.

El descuido en nuestras áreas públicas es solo un reflejo del descuido en nuestros hospitales, escuelas y seguridad, y dice más de nuestra realidad, que cien discursos oficiales. Aunque no lo queramos aceptar, es mucho lo que el jardín dice de nosotros.

Abogado, máster en Leyes.

@MaxMojica