La chispa

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31 July 2018

Las revoluciones, para que realmente lo sean, deben ser espontáneas. Usualmente, estas ocurren en los momentos y lugares menos pensados. En 1917 nadie hubiera previsto que un puñado de comunistas iba a arrebatar el poder de las manos decrépitas y temblorosas del Zar del Imperio Ruso, pero así sucedió, dejando boquiabierto al mundo. Algo similar ocurrió en Rumania, el 21 de diciembre de 1989.

El colapso de la Unión Soviética ese mismo año marcó el estallido de revoluciones en los países situados detrás de la Cortina de Hierro: Polonia, Alemania Oriental, Hungría, Bulgaria y Checoslovaquia, ardían por la mano de ciudadanos que buscaban libertad.

En Rumania, Nicolae Ceausescu, que gobernaba desde 1965, al tanto de tan preocupantes noticias, decidió organizar en Bucarest una multitudinaria concentración para demostrar al país y al resto del mundo que la población rumana lo quería o que, al menos, le temía. El esclerótico partido comunista rumano hizo chirriar su oxidado engranaje y logró movilizar a 80,000 personas para llenar la plaza central de la ciudad. Adicionalmente, ordenó que todos los ciudadanos sintonizaran, por radio y televisión, la demostración de fuerza del régimen.

Junto a un grupo de importantes funcionarios del partido, Nicolae y Elena Ceausescu subieron al estrado. Confiado, empezó uno de sus deprimentes y disparatados discursos elogiando “las glorias y conquistas del comunismo rumano”; pero, en ese momento, algo salió mal… se puede ver ese instante en YouTube, en el video “el último discurso de Ceausescu”.

El sanguinario tirano comunista rumano se encontraba a medio discurso cuando de repente se quedó mudo. Sus ojos demostraban incredulidad: algún asistente del forzado auditorio lo había abucheado. Esa fue la chispa que desmoronó al régimen. Todavía hoy se discute quién fue la primera persona que se atrevió a hacerlo, pero lo cierto es que empezó una, luego otra y otra más, hasta que de todas las gargantas brotó, como una cascada largo tiempo contenida, un grito exigiendo libertad.

Ante los ojos atónitos del país entero y del mundo, el sanguinario tirano estaba siendo abucheado por su propio pueblo. La implacable policía secreta rumana –la Securitate– ordenó la suspensión inmediata de la transmisión, pero los canales estatales de radio y televisión, emocionados con la reacción del pueblo, simplemente desobedecieron. La sorpresa de los gobernantes siguió al pánico. Ceausescu estaba congelado, por lo que su esposa Elena reaccionó, tomó el micrófono para dirigirse al pueblo para exigirle algo que acostumbran pedir los comunistas de todas las latitudes: ¡Cállense! La respuesta del pueblo no pudo ser más ilustrativa, todos le gritaron: ¡Cállate tú!

El gobierno comunista de Rumania se desmoronó cuando el pueblo se dio cuenta de que unidos eran más fuertes que una patética y sanguinaria pareja de ancianos que administraban el país como su finca, mientras acariciaban el poder como si se tratase de una fea mascota.

Lo verdaderamente asombroso de esta historia no es que el régimen se haya venido abajo ante el embate de un pueblo decidido exigiendo libertad; lo asombroso es que hubiese logrado sobrevivir tanto tiempo. En Rumania, un puñado de esbirros y sinvergüenzas, esclavizaron durante décadas, a un pueblo de 20 millones de personas.

Ahora el turno ha llegado a otra sanguinaria pareja: Daniel y Rosario Ortega. Convencidos de que podían hacer en Nicaragua lo que se les antojase se habían apoderado de la Presidencia de la República, de la Corte Suprema y del Congreso, habiendo realizado alianzas non sanctas con el sector privado. Con “todo bajo control”, estaban dispuestos a perpetuarse en el poder y fundar una nueva dinastía socialista; pero dentro de sus aparentemente perfectos planes algo salió mal: se encendió la chispa de la libertad.

La encendieron unos jóvenes estudiantes el 18 de abril de 2018, cuando en un pequeño número se atrevieron a protestar contra las reformas al sistema de seguridad social. Ante la brutal represión que prosiguió se consiguió que de todas las gargantas de nuestros hermanos nicaragüenses brotara un grito exigiendo libertad.

El proceso de liberación de Nicaragua está en marcha y no se detendrá. Una vez encendida, la chispa de la libertad no se apaga. Algún buen samaritano haría bien en recordarle a Daniel y Rosario cuál fue el triste destino de Nicolae y Elena.

Abogado, máster en Leyes.

@MaxMojica