Lecciones mundialistas

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09 July 2018

Lo bonito de la Copa Mundial de fútbol masculino es que tiene algo para todos. Para gente como yo, fácilmente descriptible como menos versada en la magia atlética del fútbol y eso de los jugadores y los equipos, lo bonito del Mundial es que solo pasa cada 4 años, por lo que poner en evidencia nuestra ignorancia absoluta con respecto a un tema del que todo el mundo parece saber muchísimo, no es algo que tengamos que hacer tan seguido. Para los amantes del deporte rey, el Mundial es la culminación de años de espera y el momento perfecto para gozar por un mes de los mejores exponentes alrededor del globo.

Sin embargo, analizar la Copa Mundial únicamente desde la perspectiva del fútbol es un tanto reduccionista, pues ignora una cantidad importante de lecciones que vale la pena aprender. Esto lo dijo mejor que yo alguien con mejor reputación en lo que a hablar de deportes se refiere, el salvadoreño Fernando Palomo, cuyo amor al deporte lo ha llevado a ser uno de los mejores comentaristas deportivos, en la actualidad trabajando para ESPN. Fernando Palomo no ve la Copa Mundial como “solo fútbol”. Precisamente porque es un momento histórico escaso (una vez cada cuatro años), al que la mayor parte de la población mundial tiene acceso a través de todo tipo de herramientas tecnológicas, y una reunión de países que expone similitudes y diferencias culturales, Palomo lo describe como “una exposición cultural con el fútbol como vehículo”.

Y hay varios ejemplos de estas exposiciones culturales, o “lecciones” que tanto los apasionados por el fútbol como los más bien indiferentes, deberíamos internalizar. Para los países en los que la responsabilidad individual podría inculcarse un tanto más, Alemania es un excelente ejemplo. El equipo pasó de coronarse campeón mundial a ser eliminado en fase de grupos y, sin embargo, no despidieron al entrenador. La responsabilidad individual implica no concentrar la culpa de un solo evento en una sola persona, sino admitir el rol que cada individuo tuvo en el resultado. Cuando el resultado es victoria, la responsabilidad individual se digiere fácil: todo el mundo quiere su pedacito de gloria, aparecer en la foto. Cuando el resultado es derrota (no solo en resultar eliminados de un Mundial, también aplica para calles sucias y llenas de basura) admitir que si cada persona mejorara su conducta individualmente, el resultado colectivo sería muchísimo mejor. Cuando se deja de culpar por los resultados colectivos a una sola persona, cada persona pone más de sí en busca de un mejor resultado.

Otra lección que le dio la vuelta al mundo fue la de Japón, que incluso después de sufrir el resultado más doloroso, perder de sorpresa al último minuto luego de mantener un 2-0 durante todo el juego, dedicaron tiempo a dar entrevistas, saludar a su público de aficionados (que son, al final del día, los constituyentes a quienes deben rendir cuentas) y luego de eso, bajaron al vestuario y lo dejaron nítido, incluyendo una nota de agradecimiento para el personal cuya responsabilidad habría sido lidiar con un vestuario sucio. Hacer más de lo esperado y perder con honor, son quizás algunas de las características que pueden explicar por qué Japón, como nación y sociedad, son un país desarrollado, conocido por sus calles limpias y por tener un ranking avanzado en la mayoría de índices que miden la facilidad para hacer negocios.

Claro, esto de ver el fútbol más allá del deporte y entender que es más bien la manifestación de una serie de características culturales y económicas cambiantes no necesariamente es nuevo. El economista Stefan Szymanski y el periodista Simon Kuper vienen haciéndolo por años con el estudio que publican cada cierto tiempo, llamado Soccernomics, y que usa factores como la economía, la geografía y la política interna de un país para explicar sus resultados futbolísticos en un mundial. Según ellos, los mejores futbolistas no son necesariamente los que han crecido en condiciones de pobreza (aunque las leyendas urbanas siempre han sido que son estos los jugadores con más “hambre” por ganar), sino los de países desarrollados, con educación de calidad y niveles de vida dignos. Los países prósperos generan equipos donde la mayoría de jugadores son talentosos, los países en desarrollo generan equipos en que las estrellas son la excepción y no la regla. ¿Lección? Si queremos un país mundialista necesitamos invertir en el desarrollo de toda la gente, no esperar que la suerte nos regale otro Mágico. No solo es fútbol: la cultura también importa.

Lic. en Derecho de ESEN con

maestría en Políticas Públicas

de Georgetown University.

Columnista de El Diario de Hoy.

@crislopezg