El pastel estático

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09 July 2018

Durante siglos, la economía se visualizó como un “pastel estático”: entre más personas hubiera, menos recursos nos tocaban a cada uno; y cuando intervenían reyes, sacerdotes y dueños de los medios de producción, estos tendían a agarrar una parte más grande del pastel, generando injusticias sociales.

De ahí que los teólogos de las religiones que tuvieron su origen en las sociedades agrícolas, dada la escasez de los recursos y a efecto de aliviar las tensiones generadas entre el pueblo, debido a la pobreza en que se vivía, tuvieron que ofrecer un “pastel en el cielo”: “No te preocupes, hijo mío, tu continúa arando el campo para el Obispo y para el Rey, lo que produzcas será de nosotros, pero allá en el cielo todas tus necesidades serán cubiertas”. El trigo por el que el campesino araba la tierra no se convertía en pan en su mesa, pero en compensación se le ofrecía un banquete celestial. El único detalle era que tenía que estar muerto para probarlo. Siempre ha habido un problema con la letra pequeña de los contratos.

Karl Marx pensó algo similar. Igual que los teólogos de las religiones que surgieron en la época de la revolución agrícola, Marx visualizaba a la economía como un “pastel estático”: la economía no crece, los recursos no se multiplican. Así las cosas, para él era más que lógico pensar que toda acumulación de riqueza implicaba un robo al colectivo social, especialmente, a los pobres. En la lógica marxista, todo lo a que a mí me sobra es porque a ti te falta, ergo, yo te he robado.

A pesar de que expresó que “la religión era el opio de los pueblos”, no tuvo empacho en crear su propia religión humanista: el comunismo, la cual proponía una utópica igualdad en términos de distribución de la riqueza y los recursos. Como todo culto religioso, ofreció también su propio paraíso: el paraíso comunista. El paraíso de los trabajadores sería ese lugar en donde no habría ni dolor ni pobreza, ni hambre ni desigualdad. Ya no estaría ubicado en un lugar indefinido del firmamento, sino en la Rusia soviética. Nadie advirtió que la letra pequeña de ese contrato, ese paraíso nunca existiría y costaría a la humanidad cien millones de muertos.

No faltaron los pesimistas. La teoría del pastel estático, dio alas a filósofos como el británico Thomas Malthus, quien, al mejor estilo apocalíptico hollywoodense, sostenía que debido a que la población crecía en progresión geométrica, mientras que la producción de alimentos lo hacía en progresión aritmética, una inevitable crisis alimentaria global estaba a la vuelta de la esquina. De ahí que fuera necesario recurrir a guerras y otros métodos de control poblacional, para mantener a raya a la humanidad en un número saludable.

Entonces ¿qué tienen en común las religiones y los comunistas al condenar la riqueza y la acumulación de recursos, con las teorías apocalípticas maltusianas? En que todos ellos ven la economía como un pastel estático, un juego de suma cero, en donde unos ganan todo y otros pierden todo. Lo que ninguno de ellos tuvo en cuenta fue al surgimiento del liberalismo.

El liberalismo sostiene que el crecimiento económico, es decir, la existencia de un pastel en constante crecimiento, no solo es posible, sino que es absolutamente necesario y, por tanto, los problemas que por siglos han atormentado a la humanidad, tales como el hambre, la peste y la guerra, pueden ser resueltos mediante este crecimiento.

El pragmatismo económico moderno derivado del liberalismo, sostiene que, al producir más, podremos comerciar más y, por ende, consumir más; lo que conlleva oportunidades de generación de riqueza, redistribución del bienestar y aumento calidad de vida de los pueblos.

Cuando aplicamos las recetas liberales, las rodajas del pastel alcanzan para todos, lo que implica un aumento de la clase media, que deriva en un mayor porcentaje de ciudadanos con inversiones, casas y vehículos propios; que cuentan con educación para sus hijos; que visitan restaurantes y toman vacaciones; y poseen cocinas con refrigeradoras llenas de alimentos.

Ese es el camino a la prosperidad terrenal, a la vez que es una vacuna para evitar que los pueblos sigan al flautista de Hamelin de los socialistas del Siglo XXI.

Abogado, máster en Leyes.

@MaxMojica