Extremos de la fantasía y teorías de conspiración

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29 June 2018

Una de las características más peculiares de la mente es su capacidad de crear fantasías. Los seres humanos fantaseamos constantemente, construimos realidades alternativas, divagamos sobre lo que pudo haber sido, sobre vidas o situaciones ideales o sobre deseos que, al menos en la imaginación, se materializan. Es tan universal esta tendencia que los freudianos consideran el fantaseo como un mecanismo de defensa, como una protección del ego ante la realidad.

Sin la fantasía no existiría el arte, no se hubiesen creado las grandes obras literarias; el cine fuera realmente aburrido y no pasaría de documentales, y la pintura o escultura no diferirían en casi nada de los manuales de instrucciones. La ciencia también debe mucho a esta cualidad humana pues grandes inventos científicos comenzaron con una fantasía. Einstein decía que la imaginación es más importante que el conocimiento.

Pero la fantasía puede también tener su lado negativo, oscuro y conducirnos por terrenos pedregosos y accidentados. Tanto el ser individual como los grupos (el imaginario colectivo) se prestan muchas veces a creer en cosas por presunciones, coincidencias, apariencias o predisposiciones emocionales.

Las teorías de conspiración son unas de las formas más comunes en el que el imaginario colectivo se deja llevar por suposiciones creadas por alguien y que se propagan con rapidez. Son fantasías que difícilmente resisten el análisis crítico pero que seducen a grandes grupos por su dramatismo, especialmente en aquellos de mentes sencillas y sugestionables. Son interesantes desde el punto de vista psicológico pues nos enseñan qué tan ingenuo se puede llegar a ser.

Teorías de conspiración hay muchas, en todos los campos. Mientras unas son muy simples hay otras bastante elaboradas, supuestamente con más “evidencia”. Entre las primeras está la creencia de que algunas celebridades que fallecieron siguieron o siguen viviendo y que su presunta muerte no fue más que la intención de volver al anonimato. Pongámosle el lugar y la época y tendremos a Pedro Infante, a Elvis Presley y a Michael Jackson.

Otra muy esparcida es la creencia que en el mundo hay un grupo élite, inmensamente poderoso, que toma decisiones sobre todo lo que pasa, todo acontecimiento importante, y que influye sobre vidas y destinos. En todos los países grupos numerosos tienen la idea de que sus millonarios locales se reúnen por las noches a planificar cómo extraer hasta el último centavo de los pobres, alienarles la mente y esclavizarlos de por vida; con el fin, por supuesto, de hacerse más poderosos.

Se ha difundido la creencia de que el ataque a las Torres Gemelas no fue ejecutado por terroristas islámicos sino que fue un complot interno, ideado por mentes frías y calculadoras. La forma en que las torres prácticamente se derritieron hizo que la fantasía de algunos se disparara. Lo que no queda claro en esto es cuál fue el objetivo que se buscaba y, ya pasados los años, qué se obtuvo. Que nunca se llegó a la Luna y que todo fue un show estilo Hollywood, con escenarios prefabricados y actores con trajes espaciales. Que las potencias envían pestes, producen terremotos y otras calamidades, para mantener controlada la población del Tercer Mundo o, peor aún, para vender medicamentos y hacer negocio. Que el Sida no existe, que no es más que un engaño a escala mundial. Y la lista sigue.

Las mafias, las conspiraciones, los intereses personales y de grupos sí existen, pero hay que ser crítico y distinguir. Que la fantasía no vuele demasiado.

Médico psiquiatra.