El drama humano de la inmigración

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26 June 2018

"El tema de la inmigración no es exclusivamente de política (pública)”, dice una carta de las Diócesis de Charlotte y de Raleigh, dirigida a los católicos de Carolina del Norte —donde estuve el fin de semana por razones de índole familiar—, “es un asunto moral que impacta la dignidad humana y los derechos humanos de cada persona. Si bien es cierto que debemos respetar nuestras fronteras y nuestras leyes, apoyamos particularmente las reformas a la política de inmigración”. La misiva enfatiza que los obispos de los Estados Unidos continuarán trabajando en lograr una solución bipartidista (en el Capitolio) para proteger al aproximado millón ochocientos mil ‘Dreamers’ (traídos como niños a Estados Unidos, crecieron y viven en este país).

Pero además, la carta pastoral aboga por reconocer la santidad de las familias ya que la inmigración familiar, “es el cimiento de nuestro país y de nuestra iglesia”; reconoce el derecho de las naciones a controlar sus fronteras, pero de una forma “proporcional y justamente hecha efectiva”; y pide que se mantenga un régimen especial de protección para niños que lleguen a territorio estadounidense sin el acompañamiento de adultos. La carta de las Diócesis de Charlotte y Raleigh, obviamente, está hecha bajo el prisma pastoral (como les compete), dirigida al millón de católicos de Carolina del Norte, un estado que, dicho sea de paso, ganó Donald Trump hace dos años.

Suele decirse que las personas de fe cristiana —católicos, evangélicos— constituyen la infantería del Partido Republicano, por el arraigo a los principios y valores cristianos, donde la defensa de la vida, la familia, son asuntos de primer orden; mientras que por el lado de los Demócratas, se encuentra Hollywood y “lo cool”, que camina diametralmente opuesto a lo anterior. Divos y divas, junto a algunas minorías, constituyen el núcleo duro del grupo de apoyo del partido demócrata. Fuera del aspecto moral, que es el más importante, siendo Estados Unidos un país donde se respetan las leyes y reconociendo el derecho que cada país tiene a resguardar sus fronteras, fue un error político separar niños de sus acompañantes al entrar a suelo estadounidense. Tan es así que ya se puso reversa.

El drama humano que en nuestro hemisferio vive nuestra gente, en especial mexicanos y nacionales del triángulo norte de Centroamérica, es desgarrador. Ya no se trata de la búsqueda del “sueño americano”, ya que cómo podría tildarse de “sueño” a la especie de infierno que sufren miles de personas desde el momento en que apuestan literalmente todo, para caer en mafias del tráfico de personas y un largo etcétera; el problema es que en sus países de origen, en miles de casos, la calle parecería ser la otra opción, con el inherente riesgo de lo que ello conlleva. Lo grave es que donde hay fronteras porosas y pasan personas, pueden pasar armas, droga y, en la guerra global contra el terrorismo, terroristas y criminales.

Basta dar un vistazo a Europa para observar la magnitud de la crisis que este tema provoca, así como el drama humano que sufren quienes huyen con sus familias del literal infierno que se vive en países como Siria. Tomar o no tomar refugiados es el dilema de las naciones europeas, sobre todo tras haber visto la caída política de la extraordinaria Canciller alemana Angela Merkel. Con la amenaza siempre latente ante la opinión pública de que se cuelen terroristas entre los grupos de personas que llegan como refugiados. Si bien no ha sido este el caso en Alemania, la gente se siente insegura con el fanatismo religioso del que hacen gala algunos de los seguidores del islamismo radical.

Se debate en el Congreso de los Estados Unidos el tema migratorio, por lo que como piden los obispos estadounidenses, ojalá se logre un acuerdo bipartidista que dé paso a una reforma migratoria. En cuanto a lo que a nosotros respecta, necesitamos servidores públicos decentes que ejecuten buenas políticas públicas (no nuevas sino que buenas) desde el Río Grande hasta la Patagonia, para que pueda la gente nacer, crecer, reproducirse y morir en el lugar que cada quien nació, contando con oportunidades de progreso y de movilidad social. Es lo menos que podemos proponernos para que los sectores más vulnerables, que es donde más se vive el drama humano de la inmigración, puedan vivir una vida más justa.

Abogado y periodista