No hay defensa para el expresidente

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Por Cristina López

18 June 2018

Hace un par de años les hice a mis lectores sin querer una prueba de lectura comprensiva al escribir una columna sobre el presidente Funes titulada “en defensa del expresidente”. Un medio digital había publicado unas fotos del exmandatario rodeado de amistades, licores y humo de puros en un centro nocturno en Miami, Florida. Básicamente, las fotos eran el tristísimo cliché de alguien viviendo la estereotipada vida de la canción de Bacilos “el primer millón”, que casi biográficamente decía, “dejémoslo todo y vámonos para Mayami” en el instante en el que alguien hace crecer su fortuna. Recibí una inundación de críticas por parte de un número significativo de personas que no pasó de leer el titular, ofendidas por lo que pensaban era una defensa de lo indefendible.

Quienes leyeron más allá del titular se dieron cuenta de que la columna no era una defensa: ¡qué va! Era más bien un recordatorio de lo vacía que tenía que sentirse la vida de quien, después de 5 años en el servicio público, no tuviera más que mediocridad como legado. De lo mal que seguramente dormía a sabiendas de que los Johnny Walkers, los spas y las parrandas las pagó la corrupción. De lo doloroso que seguramente debía de haber sido para alguien con el desproporcionado ego de Funes ver que sus pares (exmandatarios de otros países latinoamericanos) eran invitados a dar conferencias internacionales y recibían ofertas de cátedras académicas en prestigiosas universidades, mientras él se veía relegado a la patética irrelevancia de limitarse a echar diatribas desde Twitter o de conducir un show de radio con bajísimo nivel de producción. (Funes dedicó varios minutos de ese programa a insultarme personalmente después de esa columna. Por lo visto, leyó más allá del titular).

En mi columna en ese 2015 que ahora parece lejano, decía: “Ténganle lástima”, porque las fotos de Miami se volverían un mal recuerdo en cuanto nuestro Ministerio Público subiera los estándares en lo que se espera del manejo de fondos por parte de nuestros gobernantes.

Aparentemente, el momento que con optimismo pero sin mucha convicción evoqué en esa columna, finalmente llegó y ahora confirmamos la evidencia que aquellas fotos demostraban a gritos. Que el estilo de vida, los relojes y las parrandas las pagamos nosotros. Que las compras de lujo incluyen pares de zapatos cuyo precio equivale a varios salarios mínimos salvadoreños. Que, como reportó Héctor Silva en Inside Crime la semana pasada, eran bolsas de basura repletas de efectivo el origen de semejante estilo de vida, legítimamente dándole el apropiado nombre de “saqueo público”. Que compró armas, ropa, se hospedó en hoteles cinco estrellas, todo pasándole la cuenta al contribuyente salvadoreño y a la cooperación internacional.

A ver, que no es envidia de los lujos lo que motiva condenar —por lo menos desde la opinión pública, mientras la justicia hace lo suyo— a Funes. Que gocen los que tienen mientras lo han ganado de manera honrada: así hay tantos salvadoreños, tanto en el país como en el exterior, que a base de partirse la espalda un día tras otro, con un poco de suerte, prudencia y excelente olfato para los negocios, gozan con total tranquilidad de los lujos que pueden pagarse tras haber convertido en mucho lo poco.

Lo que vuelve el caso de Funes y sus secuaces especialmente vergonzoso y desgarrador para nuestro país es pensar en el costo de oportunidad. Costo de oportunidad es el término económico que describe la mejor alternativa que no se eligió con el mismo valor: es decir, lo que hubiéramos podido comprar con la misma plata cuando compramos cualquier cosa. En esta afrenta a la Patria, el desarrollo y la gente de El Salvador, el costo de oportunidad de la vida de estrella de Hollywood de Ada Mitchell Guzmán son inversiones en nuestra infraestructura hospitalaria. El costo de oportunidad de los zapatos, relojes y armas de Funes son las reparaciones estructurales que urgen en tantas escuelas. El costo de oportunidad de sus parrandas en Miami es nuestra seguridad pública. Y así podríamos llenar varias columnas, con la infinidad de injusticias que derivan de su soberbia, falta de honradez y abuso de poder. Da asco. Ese asco es lo que hace dificilísimo tenerle siquiera lástima.

Lic. en Derecho de ESEN con

maestría en Políticas Públicas

de Georgetown University.

Columnista de El Diario de Hoy.

@crislopezg