Metástasis en el sistema

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Por Max Mojica

18 June 2018

El cáncer es una dolorosa y dramática enfermedad que afecta a los individuos de todas las razas, credos y condiciones sociales. Invariablemente es causa de sufrimientos y angustias para las personas que lo padecen, así como para el grupo familiar del convaleciente. Por ello, desde ya pido disculpas por lo sensible que pueda parecer este tema para el lector, pero tengo que utilizar el símil del cáncer, para ilustrar a una situación que afecta a nuestro tejido político: la corrupción.

De la misma forma que esa trágica enfermedad afecta al individuo, el fenómeno de la corrupción invade al funcionario público, destruyendo su ética, moral y ejercicio de su gestión administrativa, ya que una vez que éste se corrompe, su gestión muta para ser ejecutada en beneficio propio, en perjuicio de los legítimos intereses del pueblo que administra.

El cáncer tiene la particularidad que puede “contagiar” a los otros órganos del individuo que lo padece. Esa situación se conoce como “metástasis”: otros órganos en principio sanos, son contaminados con las células cancerígenas, por lo que acaban presentando la misma dolencia. En el fenómeno de la corrupción ocurre lo mismo, ya que el funcionario corrupto, invariablemente acaba corrompiendo a colegas, subordinados, amigos y familiares, ya que —de suyo— es imposible ser corrupto sin contar con la ayuda, apoyo y silencio de otros; situación que ha quedado más que evidenciada en el caso “Saqueo Público”, presentado recientemente por la Fiscalía respecto a la administración del ex presidente Mauricio Funes.

En él, claramente se muestra la metástasis de corrupción en el Estado, resumida en las lapidarias palabras del Fiscal General, Douglas Meléndez: “El ex presidente Mauricio Funes corrompió al Estado de El Salvador, corrompió al país como tal”.

Dependerá de cómo la corrupción se hubiese afincado en la mente tanto de los funcionarios como de los administrados, que puede hablarse de corrupción, así, a secas, o de un concepto mucho más integral: La gran corrupción, la cual implica una situación de corrupción política sin restricciones que de acuerdo a los griegos se conocía como cleptocracia, término que significa literalmente “gobierno por ladrones”.

La corrupción, así como la entendemos, tiende a movilizar pequeños montos de recursos económicos u otros bienes, dificulta que un país mejore en su economía, ya que evita la competencia y la libre concurrencia entre proveedores en condiciones de igualdad, aumentando la sensación de injusticia. La gran corrupción en cambio, genera la desconfianza total ante las autoridades centrales, pervierte en su totalidad el funcionamiento del aparato estatal, desvía recursos, enriquece a la cúpula de privilegiados que acceden al poder, pero sobre todas las cosas, provoca que las personas que llegan al poder irremediablemente sean absorbidos y pervertidos por el sistema.

La corrupción afecta a uno o varios funcionarios en específico, mientras que la gran corrupción pervierte los sistemas, de tal forma que aunque cambiemos de partido político que nos gobierne, si el sistema ha sido corrompido en su totalidad, no hace una diferencia real quien gane las elecciones, ya que estos nuevos gobernantes —independientemente de sus buenas intenciones al momento de ser electos— serán “convertidos” por un sistema que irremediablemente fagocita políticos honrados y genera corrupción. Visto gráficamente, la corrupción es un cáncer y la gran corrupción es la metástasis del sistema.

¿Qué hacer entonces? Tenemos que “limpiar la casa”, es decir, abogar por la transparencia de la sociedad completa, lo que equivale a decir que los primeros que tenemos que cambiar somos nosotros mismos, ya que no es viable pensar que el sistema cambiará si nosotros como sociedad civil, como empresarios, como empleados, continuamos promoviendo la corrupción del sistema formando parte voluntaria de actos de corrupción.

El mensaje no puede ser más simple: sin corruptores no existirían corruptos. Por cada ministro, funcionario, diputado, magistrado, juez, empleado público o policía que comete actos de corrupción, existe un instigador de la sociedad civil que estuvo dispuesto a participar de ella. Si vamos a exigir transparencia en los funcionarios públicos, estamos en la obligación de ser transparentes nosotros mismos: una sociedad honesta es la única forma de transformar el sistema.

Abogado, máster en Leyes.

@MaxMojica