Ideas sobre una escurridiza felicidad

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Por Max Mojica

11 June 2018

No cabe duda que los últimos 500 años han sido muy significativos para la humanidad: la economía ha revolucionado varias veces y con ella, el Homo Sapiens ha podido experimentar un nivel de confort que un Neanderthal no hubiera podido ni siquiera imaginar en sus sueños más exóticos.

En la mayoría de los hogares del mundo occidental, con un “click” disponemos de energía limpia, segura y eficiente; y a menos que tengas la mala suerte de vivir en Venezuela o Cuba, las alacenas de la mayoría de familias están llenas de alimentos sabrosos y nutritivos. Nuestros hijos tienen una razonable posibilidad de crecer sanos y educados; estando todo ello al alcance de vastas mayorías, cuando hasta hace unos siglos, lo anteriormente descrito eran prerrogativas de la realeza o de reducidos grupos sociales. Pero, ¿somos felices?

Al hacer un recorrido por la historia nos damos cuenta de un hecho cierto: el hombre ha logrado desarrollar sus capacidades cada vez de forma más notoria; y esas capacidades están siempre orientadas a procurar un mayor nivel de bienestar, salud y confort a la humanidad. Partiendo de ese hecho, podríamos decir que en atención a todos los beneficios sociales y avances tecnológicos que nos rodean, un ser humano promedio debería ser “más feliz hoy”, que en el Siglo XVII o en la Edad Media; pero ¿cómo podemos afirmar que eso es cierto? Para empezar, tendríamos que ponernos de acuerdo en cómo “medir” la felicidad.

El problema surge desde el mismo planteamiento de la pregunta: ¿cómo podemos “medir” objetivamente algo que es completamente interno y subjetivo? De entrada, tenemos que estar claros que la felicidad no puede medirse como una variable de una ecuación matemática, que contabiliza un cúmulo de situaciones materiales tangibles, como lo son la salud, la belleza, el nivel de riqueza y el acceso a alimentos. Si eso fuera cierto, las personas más ricas, más lindas, más sanas y mejor alimentadas deberían automáticamente ser también las más felices, pero la evidencia de estudios sociológicos y psicológicos muestran que la abundancia de bienes materiales no asegura la felicidad, ni son la clave para superar el vacío existencial de las personas.

Entonces, ¿qué hay de esa afirmación que el dinero, la salud y el alivio de las carencias materiales causa “felicidad”? Pues podemos decir que es una afirmación correcta, pero hasta cierto punto; y es que con base en la “ley de los rendimientos decrecientes” se puede comprobar que entre más se prolongue el disfrute de un bien o una sensación determinados, estos, progresivamente, dejarán de brindarnos el mismo nivel de placer y satisfacción que, inicialmente, brindaban a quien la experimenta.

Por tanto, se debe concluir algo que cotidianamente es confirmado por la experiencia: todo evento, toda sensación, toda emoción —y, por lo tanto, la felicidad asociada a esta— llega a desaparecer, o al menos, minimizarse, cuando ésta se vuelve cotidiana. Parece ser que la evolución nos ha dotado de un “mecanismo regulador de las emociones”, nuestro cerebro no está diseñado para experimentar una euforia constante, al igual que tampoco podemos vivir permanentemente tristes.

Entonces, ¿no será que el hombre se equivoca y en vez de buscar una felicidad momentánea, escurridiza y temporal? ¿No debería preocuparse por buscar estar pleno y satisfecho con lo que ya tiene y con lo que es?

Al ser humano se le hace difícil aceptar esta verdad: Estar satisfechos con nuestra realidad, es el secreto de la verdadera felicidad. Esto no debe entenderse como un llamado a la mediocridad, implicando que el individuo no deba de procurar luchar para mejorar su situación actual; más bien, es un llamado a la sensatez y a la cordura, a tratar de disfrutar nuestra vida tal como es y así poder ser feliz, satisfecho y pleno con lo que eres y con lo que tienes; en vez de sufrir y frustrarte por expectativas que quizás jamás lleguen a realizarse.

Ser felices aceptando lo que somos y lo que tenemos es un procedimiento tan sencillo que quizá, por su misma sencillez, es tan escurridizo y tan costoso de poner en práctica.

Abogado, máster en Leyes.

@MaxMojica