La politización de la religión

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Por Manuel Hinds

08 June 2018

El problema fundamental de El Salvador es el divisionismo que ha caracterizado a su sociedad desde hace varias décadas. Hay muchos problemas que han surgido por otras razones pero no hay ninguno que pueda resolverse sin antes resolver éste.

La solución del divisionismo no está en eliminar la diversidad de opiniones y estilos de vida. No es forzar a todo el mundo a que piense igual, sino en lograr la unidad en la diversidad.

Pareciera que ARENA ha entendido esto y está basando en gran parte su campaña presidencial en buscar la armonía social para facilitar la solución de los graves problemas que afectan a la nación. Pero ARENA tiene no solo que hablar de esto sino también actuar en consecuencia. Además de cerrar fuentes de conflictos, debe evitar abrir nuevos temas que se presten a ellos.

Y esto es lo que hizo hace unas semanas cuando llevó una imagen de la Virgen María a la Asamblea y realizó un acto un acto religioso en el que comulgaron varios. Este acto fue una violación de la Constitución Política, un abuso de la autoridad del partido en la Asamblea y una politización de las creencias religiosas.

La Constitución no menciona la palabra laico pero establece un marco en el que claramente prohíbe la unión de la religión con la política. En el artículo 82 dice: “Los ministros de cualquier culto religioso, los miembros en servicio activo de la Fuerza Armada y los miembros de la Policía Nacional Civil no podrán pertenecer a partidos políticos ni optar a cargos de elección popular. Tampoco podrán realizar propaganda política en ninguna forma”.

El Estado prohíbe la unión de la religión y la política por muy buenas razones. Primero, porque logra la unidad en la diversidad en un país democrático en el que existen las libertades de culto y de pensamiento. Por muchos siglos la mezcla de estas dos dimensiones de la vida humana resultó en enormes divisiones sociales y políticas que llevaron a grandes tragedias en todos los continentes. Estas tragedias se terminaron en el Occidente solo hasta que se introdujo el concepto del Estado laico. De esta forma, la laicidad se convirtió en un instrumento de paz. Segundo, porque la política y la religión apelan a distintas motivaciones del ser humano, la primera, a la razón, y la segunda, a la fe. La unidad de la razón es esencial para el funcionamiento del estado democrático y ha sido lograda en incontables oportunidades en la historia, incluyendo la del momento mismo en el que se emitió la Constitución. La unidad de la fe no puede obtenerse nunca y ni siquiera se necesita para tener un estado funcional. El Estado puede funcionar perfectamente aun si todos los ciudadanos tienen una fe distinta, siempre y cuando el Estado sea laico. Tercero, la historia ha demostrado, y sigue demostrando en los estados teocráticos del Medio Oriente y en los movimientos terroristas en la misma región, que cuando se mezclan la religión y la política existe el peligro de que los ministros religiosos ejerzan su autoridad religiosa para lograr objetivos que no tienen nada que ver con el espíritu sino solo con intereses políticos.

El uso de la religión para obtener votos es condenado también por las religiones. No puede negarse que el llevar a la imagen de la Virgen y realizar ceremonias religiosas genera un simbolismo, el de que el o los que lo hacen son muy buenas personas porque tienen fe y son religiosos. Constituye el pecado de usar el nombre de Dios en vano, el vicio de la ostentación de la fe. Es el pecado de los fariseos. Los diputados deben verse buenos y ganar votos porque hacen buenas cosas en la Asamblea, no porque comulgan en ella.

Dirán algunos que por la misma libertad de culto la fracción de ARENA tenía el derecho de llevar la imagen de la Virgen y llevar a cabo un servicio religioso católico en el local de la Asamblea. Pero es que los derechos de unos terminan cuando infringen los derechos de otros. Esto ofendería a los evangélicos, los musulmanes, los paganos, los ateos y a muchos cristianos a los que no les gusta el ejercicio de la prepotencia religiosa.

Máster en Economía

Northwestern University.

Columnista de

El Diario de Hoy