La tierra de Juan Pablo

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Por Eduardo Torres

05 June 2018

Polonia va bien, muy bien, crecen las diferentes áreas de su economía.

Habiendo sido del grupo de países “del otro lado del Muro” que pidió su ingreso a la Unión Europea, es el que mejor destinó el dinero recibido —con los compromisos que conlleva hacia la UE, como mantener a raya el deficit fiscal—, invirtiendo en la infraestructura básica del país, tan abandonada durante las décadas del colapsado sistema impuesto por la ahora extinta “Unión Soviética”.

Varsovia se convirtió en capital de Polonia a finales del Siglo XVI, cuando el Rey Segismundo III trasladó la capital de Cracovia hacia Varsovia, por permitir su ubicación una mayor conectividad y, afirman los historiadores, porque el Rey tenía origen sueco y se sentía ahí más cerca de su tierra natal. Es en la actualidad una vibrante ciudad capital de poco menos de dos millones de habitantes, bañada por el Río Vistula; fue acá donde se celebró el congreso de negocios que nos permitió conocer la tierra de San Juan Pablo II.

Varsovia combina modernidad con sus altos edificios, construidos todos del año 2000 hacia acá, con la parte antigua, que se divide en dos, la que ya estaba cuando el Rey polaco decidió dejar Cracovia, y la que construyó posterior a su llegada para establecer la ahora “capital más joven de Europa”. Durante la Segunda Guerra Mundial la ciudad fue arrasada en respuesta a la resistencia del pueblo polaco hacia los nazis y fue reconstruida tal como se encontraba cuando fue destruida.

Cracovia, también a orillas del Río Vistula —el más caudaloso de Polonia—, es la cuna de la cultura polaca, sede de su universidad más antigua. La fundación de la antigua capital fue a mitad del siglo XIII; sin embargo, se dice que “desde siempre (desde que era poblado)” llegaban a esta fascinante ciudad eruditos-cultos, artistas, pero también peregrinos para visitar santuarios y observar reliquias de los santos. Como es natural, la gigantesca figura de San Juan Pablo II, además de la fe, ha aumentado exponencialmente el turismo.

Su presencia en esta ciudad, y en general en Polonia, es palpable, y lo es aún mayor en Wadowice, pequeña población en la montaña donde nació y creció —“il Santo di tutti”, como le llamó un periódico italiano— a una hora en carro de Cracovia. Justo a la salida de esta ciudad, de un millón de habitantes, se encuentra el Santuario de la Divina Misericordia. Fue el Papa Juan Pablo II quien canonizó a Santa Faustina Kowalska e instituyó esta fiesta en la Iglesia.

El Santuario es imponente, tiene la Basílica, centro mundial del Culto de la Divina Misericordia; una torre panorámica junto a ella, de 77 metros de alto con plataforma de observación en la cúspide, siendo el punto más alto de Cracovia y desde donde puede observarse toda la ciudad. Abajo una explanada desde donde destaca en primer plano la gigantesca escultura de San Juan Pablo II, como incrustada en bronce en la torre. E impacta también la Capilla del convento donde la monja polaca tuvo la visión.

San Juan Pablo II, Frederic Chopin, compositor y genio de la música; Josef Pilsudski, general, primer líder de la Polonia independiente; Nicolás Copérnico, monje astrónomo que formuló la teoría heliocéntrica del sistema solar, vaya que los polacos honran a sus genios, a sus héroes, a sus figuras. Polonia va bien, muy bien, aplicando buenas ideas (no nuevas sino que buenas) y plasmándolas en políticas públicas que está comprobado, son las que en verdad funcionan.

¡Enhorabuena!

Columnista de El Diario de Hoy.