Tierra breve

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Por Federico Hernández Aguilar

23 May 2018

Centroamérica es un suelo pequeño, reducido, apretado. Literal y mágicamente, hablamos de esa desproporcionada cintura de arcilla que, mientras se esfuerza en separar a dos grandes masas de agua, lucha por mantener unidas a dos grandes masas de tierra. El norte y el sur del continente americano se estrechan en esta zona tropical de 520 mil kilómetros cuadrados, y donde más de 44 millones de personas comparten sudores, agravios e ilusiones. Es territorio minúsculo, pues, Centroamérica, pero con un potencial enorme en casi todos los ámbitos, incluido el literario.

Hace poco más de tres años, cuatro escritores salvadoreños fundamos un proyecto cultural que llamamos “Iniciativa Centroamericana”. Nacimos con la aspiración de unir a las seis repúblicas del istmo a través de sus poetas y narradores, pero también para crear productos editoriales y concebir eventos que nos permitieran dar a conocer la literatura regional al resto del mundo. Y de entrada nos propusimos una tarea ambiciosa: llevar a imprenta la primera antología centroamericana de minificción.

Minificción es el concepto amplio con que muchos especialistas designan hoy a los cuentos breves, esas densas piezas narrativas que saben propinar golpes de emoción, reflexión o ironía a través de un equilibrio eficaz entre estructura y concisión. Si bien por “microrrelato” se alude a su extensión, de ninguna manera el género se limita a la brevedad en sí misma, pues no es la mera reducción de hechos y personajes lo que otorga a la minificción su fuerza o su misterio, sino el uso magistral de las palabras en un orden decisivo, compacto e intenso. El gran reto del escritor de cuentos cortos se encuentra en la capacidad de lograr una pieza literaria autónoma, en la que se extrema el laconismo en función del impacto, del efecto sorpresa, de la elipsis cáustica, del pragmatismo discursivo o de la circularidad técnica.

En “Centroamericana” sabíamos que desde Guatemala hasta Panamá se estaban escribiendo relatos breves de gran calidad; lo que no podíamos imaginar era el entusiasmo con que el proyecto iba a ser recibido por tantos y tan buenos narradores del área. Así, entre enero de 2015 y junio de 2016, se tuvieron a la vista alrededor de 2,300 microcuentos y más de una docena de estudios críticos recientes (latinoamericanos y europeos) que incluían a escritores de la región.

El resultado final es, a nuestro juicio, muy satisfactorio. En un mismo volumen, bajo el título “Tierra breve”, 153 autores de diversas generaciones nos ofrecen 346 textos, conformando un panorama único, dilatado y heterogéneo del estado en que se encuentra la narrativa centroamericana en esta segunda década del siglo XXI.

Lamentablemente, durante los casi tres años que tomó la preparación de esta antología, seis de los narradores seleccionados fallecieron: el panameño Dimas Lidio Pitty, los nicaragüenses Edgar Escobar Barba, Vidaluz Meneses Robleto, Ulises Juárez Polanco y Claribel Alegría, y el salvadoreño Ricardo Lindo. Dado que excluirlos de esta edición histórica habría sido una injusticia con los lectores y con el arte regional, sus hermosos cuentos se han quedado en el volumen para rendir un modesto homenaje a sus respectivas trayectorias vitales y literarias.

“La hora de Centroamérica es la cultura”, afirma Sergio Ramírez, uno de los antologados, “la hora en que debemos poner todos nuestros relojes”. Con mis colegas Carlos Clará, Susana Reyes y Luis Angulo Violantes también estamos convencidos de esto. La poesía y la narrativa regionales deben contribuir a hermanar a nuestros pueblos, y, a partir de esa talentosa fraternidad, dar al mundo otra perspectiva del istmo y su futuro.

Para quienes deseen acompañarnos, “Tierra breve. Antología centroamericana de minificción”, será presentada esta noche, a partir de las 7:00 p.m., en el Centro Cultural de España.

Escritor y columnista

de El Diario de Hoy