Doscientos años después

descripción de la imagen

Por Carlos Mayora Re

18 May 2018

El pasado 5 de mayo se cumplieron doscientos años del nacimiento de Karl Marx, considerado uno de los más importantes pensadores del siglo XIX, cuyas ideas cambiaron radicalmente el modo de ver el mundo en general y la relación entre política y economía en particular.

Parte de una visión antropológica precisa: los seres humanos somos poco más que animales organizados que se enfrentan unos a otros por la posesión y dominio de los medios de producción de bienes materiales. Divide a los hombres en dos clases: aquellos para quienes el fin de su existencia es enriquecerse hasta más no poder, y los demás: que sirven al propósito de los primeros, y son explotados, alienados y desposeídos de tal manera, que la única “propiedad” posible que les queda son sus hijos, la prole.

Se enfrentó con un capitalismo incipiente y a partir de su cosmovisión materialista fue certero en señalar sus defectos, prediciendo a partir de lo que observaba el colapso de esta forma económica de organización social: un mundo fundamentado en la explotación de grandes masas y el enriquecimiento de unos pocos, terminaría por engendrar su propia destrucción, profetizó. Ruina de la que surgiría una sociedad diferente, en la que los medios de producción serían de propiedad comunitaria, la riqueza se repartiría equitativamente, la educación y la salud serían responsabilidad exclusiva del Estado y todos vivirían produciendo según su capacidad y recibiendo según su necesidad.

Sin embargo, por atractiva que sea, esa idea utópica de conseguir una sociedad justa e igualitaria por medio de la revolución, la educación, la cultura, o los votos (de todo se ha intentado) ha fracasado una y otra vez, logrando precisamente lo contrario. Donde ha existido, el marxismo-leninismo ha engendrado invariablemente sociedades rígidamente estratificadas, empobrecidas e injustas.

Los marxistas contemporáneos achacan el fracaso al modo como se han intentado hacer realidad y no a las ideas mismas. De la misma forma en que siguen creyendo en un aparato ideológico que —aunque lo pretende— no es ciencia, pues ni ha sido capaz de explicar el comportamiento de las sociedades ni de predecirlo con verdad, dos condiciones básicas que todo pensamiento científico debe poseer.

Sostienen que la brecha entre ricos y pobres, predicha por su profeta, es ahora una realidad, pero olvidan que ese abismo debería haber producido una revolución social que habría acabado con el capitalismo, sistema que a pesar de sus crisis y vicisitudes periódicas, hoy día goza de buena salud.

Según Marx, en el capitalismo los ricos se volverían cada vez más ricos, y los pobres permanecerían siéndolo indefinidamente. Acertó con la primera predicción, pero se equivocó con la segunda: desde hace casi cincuenta años, el número de personas en pobreza absoluta y en pobreza relativa ha descendido muy significativamente y no precisamente por acción estatal.

Es sensato pensar que para alguien que considera que la única riqueza es la material, el solo modo de producirla sea el trabajo físico y que es imposible poseerla sin quitársela a los demás; que sea incapaz de comprender la habilidad humana de producir bienes basándose en la innovación científica, crear riqueza a partir de cosas intangibles como conocimiento o información, o simplemente perfeccionar los modos de producción hasta democratizar el bienestar, extender en más de veinticinco años el promedio mundial de esperanza de vida y posibilitar que simultáneamente haya más ricos y menos personas viviendo en pobreza.

Lo que no es sensato es seguir sosteniendo unos principios y unas ideas que no solo no responden a las condiciones actuales de nuestras sociedades, sino que contienen en sus mismos postulados la semilla de su fracaso. Predicción que —paradójicamente— hizo Marx al hablar del capitalismo, pero que a la vuelta de doscientos años se ha visto que se aplica con exactitud al sistema político-económico fundamentado en sus ideas.

Columnista de El Diario de Hoy.

@carlosmayorare