La antipolítica

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Por Erika Saldaña

14 May 2018

Los partidos políticos no son malos. Lo anterior quizá le haya quitado las ganas de seguir leyendo, pues la idea generalizada en El Salvador es que los partidos políticos son la raíz de nuestros problemas. A pesar de eso, hay que tener claro que los partidos son parte fundamental en una república democrática; si no, viviríamos en un régimen autoritario o totalitario. El problema son los políticos, no los partidos.

Aunque no parezca, hemos avanzado. Antes el presidente de la República tomaba decisiones de otros órganos del Estado, después de los Acuerdos de Paz se le quitó ese poder al presidente y se le dio a los partidos, que lo abusaron para llenar de políticos las instituciones. Ahora tenemos proceso de despartidización de las instituciones públicas. Falta trabajo por hacer, pues los desaciertos y la intención de manipulación siguen vivos, pero ahora la ciudadanía está exigiendo resultados y transparencia de los funcionarios. Esto solo se logrará depurando y fortaleciendo a la democracia representativa.

En las últimas semanas ha surgido una fuerte crítica sobre el sentimiento antipolítica que está tomando realce en nuestro país. Imposible que culpen a la ciudadanía cuando cada partido conoce su historia. Los políticos ofendidos o sus simpatizantes dicen que el discurso antipartidos alimenta a personas ególatras y figuras mesiánicas que pretenden incursionar en la política salvadoreña. Pero están viendo la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio; antes de culpar al ciudadano descontento por las simpatías hacia un líder populista deberían criticar a los encargados de trabajar y que no han hecho mucho: los mismos partidos políticos.

En El Salvador el sentimiento de la antipolítica irónicamente está siendo alimentado por el pobre y torpe actuar de los partidos políticos. Basta ver los shows en los que se transforman las plenarias o los pocos resultados legislativos; las controversiales formas en las que aprueban reformas de ley como pasó con la Ley de Extinción de Dominio, aumentan el descontento ciudadano. A este paso los partidos están cavando su propia tumba.

También hay que tener claro que, producto del descontento con la clase política, en el ambiente están tomando forma diversos mensajes populistas. Esos que se han montado sobre la ola antipartidos y plantean como ideario la suma de quejas ciudadanas, sin principios y sin plantear ninguna forma concreta de cómo resolver los problemas sociales. La idea de querer transformar el sistema montados sobre una figura de un líder mesiánico es peligrosa.

El sistema político en el que vivimos es producto de un empate entre la derecha conservadora y la izquierda revolucionaria. Se busca permanentemente la separación efectiva de poderes y el control reciproco entre quienes tienen el poder. Si alguien derrota al sistema político actual no tenemos garantía de que lo que lo sustituya sea mejor. Las figuras autoritarias que nos ha dejado la historia nos dicen que el remedio puede salir peor que la enfermedad.

Repito, los partidos políticos no son malos. Lo malo son las personas que han corrompido la política al buscar satisfacer un interés propio o de sectores y no el de la población; que han hecho que dé pena pertenecer a un partido político. El sentimiento antipolítica no lo fortalecemos las personas que manifestamos nuestro descontento con las cosas que hacen en la Asamblea y fuera de ella, sino los mismos partidos al no interiorizar y enmendar sus errores.

La única forma de combatir la antipolítica y evitar el quiebre del sistema de partidos es que estos se renueven en ideas y personas. Las dirigencias deben entender que la forma en que han actuado en los últimos años es lo que ha provocado el rechazo en la población; se debe impulsar el cambio generacional de quienes toman las decisiones y dan la cara por sus partidos; y esa renovación debe ser inmediata, pues las elecciones presidenciales de 2019 están a la vuelta de la esquina. Si los políticos no quieren que se les siga satanizando deben buscar la forma de revalorizar su bandera y refrescar sus decisiones.

Si nuestro sistema político es derrotado por la desconfianza, el vencedor pretenderá rehacerlo como quiera, sin balances, sin contrapesos, sin republicanismo y podríamos tener algo peor que lo que hay. Lo malo no es el sistema, son los políticos. Cambien.

Abogada, columnista

de El Diario de Hoy