Argentina y el costo de su moneda propia

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Por Manuel Hinds

11 May 2018

Esta semana Argentina pidió la ayuda del Fondo Monetario Internacional porque ha vuelto a entrar en otra de las crisis monetarias que han sido tan comunes en América Latina. La historia es la de siempre: el público perdió confianza en el peso y lo comenzó a cambiar por dólares porque en los últimos meses el peso se ha devaluado 30 %. Para enfrentar este problema Argentina se ha abocado al FMI para pedir $30,000 millones de préstamo.

Este episodio (como tantos otros similares) cae como anillo al dedo para demostrar la falsedad de la idea, tan común, de que tener una moneda propia es una defensa contra las corridas —el nombre que se les da a estos episodios en los que la gente saca el dinero de los bancos o del país a gran velocidad, poniendo en peligro la solvencia de los bancos o del país entero en el caso de las reservas internacionales (los dólares que guarda el banco central para hacer pagos internacionales). Con una percepción superficial de lo que son los mercados monetarios, mucha gente cree que con tener un banco central emitiendo dinero se resuelve el problema de que la gente lo saque, ya que lo único que se necesita para defender la sanidad de los bancos, piensan simplistamente los que lo dicen, es imprimir dinero más rápido que lo que la gente lo saca.

La realidad es mucho más compleja. El problema es que cuando un país en desarrollo tiene una moneda propia, la gente siempre piensa en términos de dos monedas. El dólar le sirve para medir el valor de las cosas, y la moneda local para operar en el mercado local. La gente está haciendo siempre cálculos para ver en qué moneda guarda sus ahorros, si en pesos o en dólares, y sus decisiones dependen de la rentabilidad que les ofrezca cada una de ellas. Esa rentabilidad tiene dos componentes principales: la tasa de interés, y la tasa a la que cambia el precio de ambas monedas —que, en este caso, es la tasa a la que se devalúa o puede devaluarse el peso con respecto al dólar.

De esta forma, si usted puede ganar 2 % de intereses en dólares y espera que el peso se devalúe en 3 % con respecto al dólar, usted exigirá al menos 5 % para depositar sus ahorros en pesos (2 % de intereses en dólares más lo que va a perder de valor el peso). Si le pagan menos que eso, usted cambia los pesos por dólares, lo que le reduce las reservas internacionales al banco central. Por supuesto, mientras más es el miedo a las devaluaciones, más es la tasa de interés que tienen que pagar los prestatarios del sistema bancario en sus deudas para pagar sus casas y otras inversiones. En Argentina el miedo a la magnitud de la devaluación es tal que apenas se contiene con tasas de interés por encima del 40 %. Usted puede imaginar lo que le pasaría si las tasas de interés en el préstamo de su vivienda subiera a más de 40 %. El banco central tiene que bajar esas tasas de interés. Para bajarlas, sin embargo, el banco central tiene que quitarle el miedo a la gente de que la moneda se va a devaluar, y para eso necesita dar sin esfuerzo dólares, no pesos, al público cuando este los demanda. Si deja de darlos y el mercado se seca, el peso se devaluará todavía más.

Y aquí está la debilidad de los bancos centrales. Ellos pueden imprimir pesos, no dólares, e imprimir pesos no solo no ayuda sino deteriora la situación, porque con más pesos la gente va a querer comprar más dólares. Es por esa razón que entonces, frente a una corrida, el gobierno tiene que ir a pedir un préstamo al FMI, en dólares. Es decir, cuando se necesita defender al sistema bancario, los bancos centrales encuentran que tienen que ir a solicitar préstamos en dólares. Este costo, como los $30,000 millones de Argentina demuestran, es muy alto.

Es también un costo que las economías dolarizadas no tienen, porque en ellas la gente no tiene miedo de que la moneda que ellos usan diariamente pueda devaluarse.

Columnista de

El Diario de Hoy.

elsalvador.com