Corregir rumbo no es una herejía

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Por Max Mojica

07 May 2018

Típicamente se presentan estos últimos 300 años de la Humanidad como seculares, o, dicho de otra forma, como “no religiosos”, como una época en la que las creencias religiosas han ido perdiendo importancia. Esa noción se encuentra realmente alejada de la realidad.

Si al razonar sobre el secularismo, tomamos en cuenta únicamente a las religiones teístas, podríamos tener algo de razón; pero no sería así si tenemos en cuenta a las “nuevas religiones” derivadas de la posmodernidad: las religiones de la ley natural. Dentro de esas nuevas religiones naturales-humanistas tenemos al comunismo, que ha contado con feligreses convencidos y fervorosos misioneros, que en su momento se encontraron dispuestos a morir y —lamentablemente— a matar por sus creencias.

Las religiones teístas consideran que existe un Dios omnipotente que ha establecido un orden sobrehumano que gobierna el mundo. Por su parte, el comunismo soviético rechazaba la idea de un “dios”, pero a su vez creía en un conjunto de leyes sobrehumanas e inmutables que deberían de servir de guía a las acciones humanas.

Mientras que los cristianos sostienen que la verdad revelada es capitalizada por Jesucristo, los comunistas sostienen que esa misma “verdad natural e inmutable” había sido descubierta por Karl Marx, Frederich Engels y Vladimir Illich Ulianov (Lennin). Pero la necesidad de los propulsores del comunismo de convertir su creencia en una religión humanista, no termina ahí. El comunismo también posee sus “sagradas escrituras” (el Capital de Karl Marx), posee sus fiestas sacras (1 de mayo / el aniversario de la Revolución de Octubre). Igual que la religión más ortodoxa, el comunismo posee sus propios mártires (Roque Dalton, Che Guevara); sus profetas infalibles (Marx, Castro, Schafik, Chávez); sus guerras santas (la invasión a la Bahía de Cochinos, sandinistas entrando a Managua), y sin faltar, también posee sus propias herejías (Trosky, Joaquín Villalobos).

El comunismo es una religión fanática: un verdadero comunista tiene fe en él, aunque la evidencia revele lo contrario. Continúa creyendo, aunque la práctica demuestre que Cuba es un sumidero de pobreza y falta de libertad; aunque el rico país petrolero de Venezuela, se hunda en el caos; aunque Nicaragua se haya convertido en una dinastía cleptócrata de Ortega y su familia. Sostener lo contrario a la doctrina oficial es ser un ateo, merecedor de las llamas del infierno del revisionista.

Su fe es tan absoluta que aún hoy, que se derrumbó el Muro de Berlín, revelando la podredumbre del sistema y lo inhumano y criminal de su régimen policial, muchos continúan añorando el ideal del “hombre nuevo: justo, desinteresado y carente de ambición material”, el cual, para desgracia de sus teóricos, nunca llegó a existir.

Quizás para algunas personas sensibles, sea más tolerable hablar de “ideología” y no de “religión”, pero la realidad es que las comparaciones son más que evidentes, más cuando no existen fronteras tangibles respecto al paralelismo entre una y otra creencia: las religiones teístas adoran a un Dios, las religiones humanistas, adoran un “sistema de ideas”. Llevadas a la práctica, resulta difícil encontrar las diferencias.

A partir de los resultados de las elecciones de marzo pasado, el Frente vive la coyuntura más grande de su historia como partido político; por ello, muchos analistas consideraban que iba a reflexionar, dejar a un lado su ortodoxia política pseudo-religiosa, renunciando al “credo” stalinista de su pasado, para generar apertura y así conectarse con lo que sus bases aspiran: que se convierta en un partido de izquierda moderna, dialogante, abierto e inclusivo, tolerante con la disidencia y la crítica, respetuoso del Estado de Derecho y del equilibrio de poderes de una República.

Por mis convicciones democráticas, considero evidente que no es conveniente que El Salvador cuente con una única visión de la realidad, necesita de un partido de izquierda, moderno, democrático e inclusivo; que pueda aglutinar a todos aquellos sectores que ven a la socialdemocracia, como una legítima opción de gobierno. Ese es el verdadero reto del Frente para su futuro próximo: democratizarse. Si no lo logra, quedará relegado a ser un pintoresco, pero minúsculo, partido comunista anclado en el pasado.

Sus líderes aún están a tiempo para entender que, corregir el rumbo, no es una herejía.

Abogado, máster en Leyes.

@MaxMojica