El exalcalde capitalino

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Por Ricardo Avelar

01 May 2018

El legado del ahora exalcalde capitalino es confuso. Por un lado, hay obras significativas.

Se han revitalizado puntos de la ciudad y ha generado nuevas oportunidades de negocios, empleos y espacios de convivencia. Esto es urgente en una sociedad violenta y desconfiada del vecino. Además, se redescubren y embellecen joyas arquitectónicas del pasado. Esto le ha generado popularidad y fama.

Sin embargo, es en su forma de hacer política donde se golpea su legado. El exalcalde entendió que la institucionalidad es lenta y genera frustraciones a quienes tienen necesidades apremiantes. Para legitimar su mandato, forjó su liderazgo en torno a un solo proyecto: el suyo. Sus acciones siempre fueron encaminadas a reforzar su propia imagen y cuando una institución le dio problemas, lejos de llamar a su mejora, invitó a tomársela y la descalificó.

Ahí es donde reside el peligro del exalcalde. Pese a su efectividad en transformar sectores de la ciudad y su capacidad de posicionar sus mensajes, mostró pobres credenciales democráticas. Cuando se vio enfrentado a la justicia, despotricó contra esta y pretendió ganar una batalla política en lugar de someterse ordenadamente al procedimiento.

Su sello ha sido la matonería política, con mayor elegancia y decoro, pues ha sido más astuto. Pero su vinculación con la prensa fue problemática, a menos que esta le dedicara coberturas indulgentes. Su trato con la oposición no fue de construir puentes, sino de minimizarlos y en el camino se rodeó de personajes altamente cuestionables.

Su ascenso es comprensible en un país sin mayores avances por lo ingrata que es la política partidaria. Pero sus actitudes poco institucionales, revestidas de un estilo nuevo y agraciado, son igual de peligrosas que las tribulaciones que nuestras democracias han vivido en el pasado.

Y cuando hablo del exalcalde, hablo de dos personas distintas, con características comunes, pero en momentos opuestos de sus carreras. El viernes 27 de abril, el edil de la Ciudad de Guatemala, Álvaro Arzú, falleció tras un fulminante infarto. Además de sus cincoperiodos al frente de la comuna, fue presidente de la República y quizá el político de más peso en los últimos años. Su sello está presente en la capital chapina y las cuadrillas verde-neón mantienen vistosos los jardines de una ciudad cuyos problemas de fondo no han terminado de resolverse.

Por otra parte, este 1 de mayo Nayib Bukele termina su periodo al frente de la Alcaldía de San Salvador. En estos tres años, su proyecto principal fue el rescate del centro histórico y deja tras de sí plazas que han recuperado su elegancia, una oportunidad para nuevos negocios y opciones para turistas y locales que pueden recobrar el orgullo de pasear por los rincones más antiguos de la capital.

Pero San Salvador está lejos de encontrar soluciones a sus problemas complejos, tanto como la Ciudad de Guatemala. A la hora de enfrentar cuestionamientos al respecto, ambos

alcaldes recurrieron a tácticas de descalificación en lugar de afrontar críticas legítimas y lejos de sumar voces críticas, se rodearon de aplaudidores y leales defensores.

Arzú desperdició una oportunidad de transformar su liderazgo en un catalizador de nuevas voces. Ser el “presidente de la paz” (tras haber firmado el fin del conflicto armado en 1996) no se transformó en una figura de reconciliación y diálogo. Bukele se encuentra en el otro extremo. Tras su corta carrera como alcalde, está a las puertas de conformar su partido y buscar la presidencia. Sin embargo, su motivación parece ser personalista y no institucional.

Su movimiento “Nuevas Ideas” se respalda por la ejecución de proyectos interesantes, pero es difícil encontrar principios que den sentido a esta iniciativa.

Bukele está a tiempo de construir un legado diferente, pero no sé si lo hará. Debería reflexionar brevemente sobre el legado de Arzú, imaginarse el fin de su carrera política y preguntarse cómo será recordado y qué beneficio le trajo su carrera política a la capital y alpaís. Si piensa recapacitar en su vocación democrática y abandona su vanidad, es bienvenido a aportar a la arena política nacional. Si por el contrario replicará la megalomanía de Arzú (algo que ya hace de cierta forma), mejor que aprenda de los asistentes de los casinos y se retire a tiempo, cuando todavía le queda algo de prestigio.

Columnista de El Diario de Hoy