Derrumbando mitos

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Por Max Mojica

30 April 2018

El mito no es otra cosa más que una idea ampliamente aceptada y firmemente creída por amplios grupos sociales, independientemente que no pueda ser comprobada por aspectos físicos o biológicos. La estructura de las “castas” en la India, son un ejemplo claro de esto. La posición de los Brahmanes (casta superior) y de los Intocables (casta inferior), no tiene asideros biológicos, sino políticos, sociales, culturales y religiosos, pero continúan siendo una cruel realidad en la India moderna.

La idea que los gobernantes “son designados por Dios”, les brindaba a los reyes de antaño una solvencia político-social que, durante siglos, los mantuvo —en la mayoría de los casos— cómodamente protegidos de las ambiciones políticas de los potenciales usurpadores, tanto como de revueltas del pueblo inconforme. No fue sino hasta que se separó de forma poco amigable, la cabeza de Luis XV del resto de su anatomía, que el pueblo llano se pudo dar cuenta que el mito de “haber sido elegido por Dios para ejercer un gobierno”, no era tan cierto. Luego del magnicidio, no aconteció ningún tipo de cataclismo universal.

De igual forma, a la hora de convocar soldados para una guerra, el dirigente (rey, cacique o líder tribal), se la hubiera visto a palitos si arengaba a su pueblo diciendo: “necesito que me entreguen a sus maridos e hijos, porque se me ocurre que me conviene conquistar al pueblo vecino, para obtener mayor poder político, tener mejores tierras y conseguir recaudar más impuestos”. Se descubrió entonces, que era mejor decir: “Nosotros somos el pueblo elegido por Dios, para ser el mayor conquistador de la Tierra. Es Su voluntad que ataquemos a los infieles y así demostremos que somos el único y verdadero pueblo elegido. Si morís por esta bandera, seréis premiados con incontables riquezas en el cielo”.

Así, una guerra peleada bajo argumentos ambiguos, pero con fuertes ideas ampliamente aceptadas, fueron viables. Guerras peleadas en nombre de Dios (Cruzadas, muyahidines contra rusos), orgullo nacional (una variante de “make America great again”), superioridad racial (Alemania en la II Guerra Mundial), solo por mencionar unos ejemplos, fueron peleadas con base en mitos que, posteriormente y luego de mucha sangre derramada, descubrimos que no eran ciertos.

Las estructuras socioeconómicas también requieren de mitos para su funcionamiento. Para el caso, el fenómeno de la esclavitud. La piadosa sociedad inglesa, española y norteamericana de los siglos XV a XIX, se la veía a palitos para justificar, desde la perspectiva cristiana, la existencia de la esclavitud y el inhumano —pero lucrativo— comercio de esclavos. Para ello, los teólogos descubrieron una ingeniosa salida: interpretaron Génesis 9:24-25. De acuerdo con este pasaje de la Biblia, Cam, hijo de Noé, fue maldecido por este, para ser “siervo de sus hermanos”, Jem y Jafet.

Los teólogos, convenientemente, atribuyeron a las personas de raza negra, habitantes de África, ser descendientes de Cam. Mientras que Jem y Jafet fueron los padres de los pueblos europeos e indoasiáticos; entonces ¡obvio! la esclavitud (traducción un tanto libre de la palabra “siervo”), era una institución autorizada por Dios, por lo que los piadosos cristianos de esas épocas, podían dedicarse entusiastamente, a ser comerciantes o poseedores de esclavos, sin sufrir ningún prurito de conciencia.

El mito más reciente que se tambalea en América Latina, es el del “buen revolucionario”. Por décadas, se nos vendió la idea de la superioridad moral de la corriente de izquierda y su “opción preferencial por los pobres”. Divulgando el mito que cuando alguno de sus representantes finalmente llegara al poder, la sociedad entera cambiaría, los pobres alcanzarían la liberación del yugo capitalista y todos viviríamos en igualdad, paz y prosperidad.

La oportunidad finalmente llegó de manos de Hugo Chávez y su camarilla de cleptócratas: Lula da Silva, los esposos Kirchner, Evo Morales, Rafael Correa, Daniel Ortega, quienes, sin excepción, demostraron que el único “pobre” respecto al cual tenían preferencia, eran ellos mismos, sus familias y compadres.

Igual que otros tantos mitos, el mito del “buen revolucionario” se ha caído a pedazos, generando pobreza, corrupción y aumento del crimen en todos los países en los que el Socialismo del Siglo XXI, tuvo la desgracia de gobernar.

Es una lástima que la humanidad tenga que derrumbar sus mitos, pagando con dolor, guerras y sangre.

Abogado,

máster en Leyes.

@MaxMojica