Cierta dosis de estrés

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Por José Sifontes

20 April 2018

La palabra “estrés” se ha vuelto tan común que prácticamente es ya parte del lenguaje cotidiano. Más en El Salvador, en donde las noticias, la tensión política, el tráfico, para nombrar unos pocos, son fuente de sobresaltos. A esto agreguemos las preocupaciones individuales, de trabajo, familiares y financieras.

Se tiende a creer que el estrés es necesariamente algo negativo, que lo ideal sería no tener ningún tipo de estrés, que lo recomendable es reducirlo al mínimo. ¿Es esto así? Pues no, no es así, tanto desde el punto de vista existencial-filosófico como del punto de vista psicológico. Una parte sustancial de la vida consiste en resolver problemas pues ésta nos los pone a cada paso. Resolvemos un problema y tenemos tres más aguardándonos. Es, digámoslo así, el precio que pagamos por estar vivos.

Desde la perspectiva psicológica el estrés es inevitable, y hasta útil si se tiene en la proporción adecuada. Hace ya algunas décadas el investigador austrohúngaro nacionalizado canadiense Hans Selye descubrió un fenómeno muy interesante que si bien todos lo hemos experimentado de una forma u otra, lo sistematizó y le dio validez científica. Él lo resumió en lo que ahora se conoce como la Curva de Selye. A grandes rasgos consiste en lo siguiente: Si trazamos dos ejes, uno vertical (Y) y otro horizontal (X), asignándole a la Y el desempeño y a la X el nivel de estrés, obtenemos una curva con la forma de una campana. Esto implica que a bajos niveles de estrés el desempeño es en general bajo. Conforme aumentamos su nivel el desempeño va aumentando proporcionalmente, es decir, a mayor estrés mejor desempeño. Esto es así pero hasta cierta medida, pues si continuamos elevando el estrés llegará el momento en que el desempeño se detiene y baja nuevamente. Selye concluyó que tanto el poco estrés como el excesivo afectan significativamente el rendimiento, y que lo más eficaz es un área intermedia, lo que llamó estrés óptimo.

Y esto lo vemos todos los días y en prácticamente todas las áreas del quehacer humano. Lo vemos en la enseñanza, en el trabajo, en los deportes. Una escuela en donde los maestros exigen muy poco a los estudiantes tendrá como resultado un pobre desempeño, lo que repercutirá en su formación y competitividad. Un boxeador a quien solo le ponen peleas fáciles y entrenamientos poco demandantes no desarrollará todo su potencial. Recordemos el equipo rumano de gimnasia olímpica que, de 1976 a 2012, no dejó de obtener medallas. A sus exigentes entrenadores, entre ellos el famoso Bela Karolyi, se les debe en gran parte su éxito.

Un nivel óptimo de estrés nos pone en primer lugar en guardia, agudiza los sentidos, hace que pongamos a trabajar todos los recursos físicos y mentales que tenemos disponibles. A mí me pasa, no con mi trabajo diario, que después de muchos años haciéndolo he llegado a efectuarlo con tranquilidad. Me pasa con desafíos nuevos o cambiantes, por ejemplo escribir artículos como este. Tengo algo de perfeccionista e intento, por respeto al lector, brindar siempre algo de calidad. Cuando se acerca el día de entrega mi nivel de estrés aumenta. He observado que esto tiene como consecuencia que las ideas fluyan y se facilite redactarlas. Sin estrés no hay ideas o son dispersas. Hay que tomar en cuenta que, como vimos, el estrés extremo afecta el rendimiento y enferma. Pero de eso hablaremos después.

Médico psiquiatra.

Columnista de

El Diario de hoy