Educación, cuestión política

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Por Elizabeth Castro

13 April 2018

Cuando Bertrand Russell escribió que “los educadores, más que cualquier otra clase de profesionales, son los guardianes de la civilización”, sabía muy bien lo que estaba diciendo: sin educación no hay ciudad, no hay nación, es imposible vivir en paz.

Tengo para mí que en nuestra sociedad la educación como tarea política está infra valorada. Se tiende a ver en ella, casi con exclusividad, la solución para que los niños y jóvenes adquieran los conocimientos y competencias necesarios para ganarse la vida. De hecho, cuando se pregunta a los funcionarios, a los políticos, a los aspirantes a la presidencia sobre este tema, suelen referirse solo a porcentajes del PIB dedicados a la educación, planes de estudio, instalaciones adecuadas, idiomas, habilidades comunicacionales…, y uno siempre se queda con la sensación de que los árboles no los dejan ver el bosque.

Mediante la educación se busca formar a las personas en el sentido más exacto del término. Es decir, no se trata solo de transmitir conocimientos y competencias —como decíamos— sino de hacer ciudadanos capaces de vivir en sociedad. Por eso una muestra patente de que la educación en el país es de muy baja calidad no son tanto los bajísimos índices de crecimiento económico o las altas tasas de desempleo, o la mayoría de trabajadores laborando en el sector informal; el principal testigo de la incapacidad del Estado para educar es la descomposición social, la polarización política que lleva a la intolerancia, el fenómeno de las pandillas, la desintegración familiar.

En la familia se aprende a ser persona y ciudadano, en la escuela se aprende a ser ciudadano y persona; en ese orden. Una depende de la otra, juntas se complementan y potencian: si falla una la otra se resiente.

Desde la perspectiva de la formación humana, los años de escolaridad son fundamentales. La sociedad, en abstracto, no existe: hay personas, individuos; los colectivos no se educan. El tipo de sociedad en que vivamos dependerá de la educación que reciban niños y jóvenes. Las alternativas son educar personas indolentes o emprendedoras, haraganas o trabajadoras, vividoras o respetuosas de la ley; gente que se rinde ante la primera dificultad o que es perseverante, solidaria o egoísta, manipulable o con espíritu independiente y crítico… todo depende de la educación.

Ser emprendedor, trabajador, respetuoso de la ley, perseverante, solidario, independiente y crítico está bastante más allá de los contenidos y de las habilidades necesarias para ganarse la vida.

Comprender que no somos fibras sueltas, sino que nuestra existencia cobra sentido porque somos parte de un tejido social, que somos responsables no solo de nuestro destino sino también del de quienes viven con nosotros, supera por mucho hablar otro idioma o manejar los avances de las tecnologías de la información y comunicación; convivir con el que piensa diferente, respetar opiniones diversas a las propias, gestionar conflictos, obedecer la ley, está en la base de la ciudadanía y poco tiene que ver con saber mucha matemáticas o química.

Bien se ha dicho que, en esencia, la educación verdadera es lo que permanece después de que se nos olvida todo lo que aprendimos en la escuela…

¿Queremos cambiar el país? ¿Queremos vivir en una sociedad verdaderamente humana, en paz y en concordia? Apostémosle a la educación, a la que forma personas, hombres y mujeres de bien.

Los técnicos, expertos, consultores, agencias internacionales, son algunos de los mimbres que tejen la educación, pero no todos. Para cambiar el país hacen falta políticos que comprendan que en la educación no solo nos jugamos bajar niveles de pobreza o aumentar la actividad económica… urgen políticos, estadistas, que adviertan a fondo el papel de la educación para la transformación —positiva o negativa— de las personas, y por tanto de la sociedad.

Columnista de

El Diario de Hoy.

@carlosmayorare