Sentido común para la República

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Por Erika Saldaña

09 April 2018

Parece que no aprendemos y nunca vamos a aprender. Semana Santa no es solo procesiones y religiosidad sino accidentes y basura. Son estampas usuales en la época de vacación salvadoreña. Las playas abarrotadas de gente y de basura; graves accidentes de tránsito causados por descuidos innecesarios o por personas borrachas. Y en el día a día las escenas son igualmente estresantes; nos topamos con el irrespeto a las reglas de tránsito y la intolerancia al volante. Los problemas los causamos nosotros. La raíz de muchos desastres en la sociedad somos las personas y nuestra falta de sentido común, que una acción nos sobrepasa y afecta la vida de los demás.

Muchos hacen tercera fila en el tráfico, no ceden el paso —como si solo ellos deben llegar a algún lugar o solo su tiempo importa— cruzan las líneas amarillas, botan basura por la ventana o pitan “la vieja”. El resultado: desastre. La responsabilidad del caos social en que vivimos es de la gente que habita el país. Varias personas han sido incapaces de internalizar y cumplir las reglas básicas de convivencia dentro de la república. Esto la hace invivible a ratos. Por eso nos toca ver como las autoridades convierten a San Salvador, por ejemplo, en la “ciudad de los sapos” ya que con una simple señal no hacemos caso. O sea, nos están dando a palos, para que entendamos.

El Estado no debería tener que instalar bloques de concreto por todos lados para que nosotros entendamos que ahí no se puede cruzar. Tampoco debería tener que ubicar retenes policiales en cada carretera para verificar que no se debe manejar borracho ni drogado. Las municipalidades deberían limitarse a poner basureros alrededor de las ciudades y no tener que desplegar personal de limpieza para recoger la basura que nosotros tiramos en las calles.

El Estado es insuficiente para eso. En ningún lugar el servicio público es omnipresente y no debería tener que gastar recursos en cuestiones que son de sentido común. Hay cosas mucho más importantes en las que el Estado podría invertir sus recursos y no en aleccionarnos por nuestra falta de educación y civismo. Ni el Estado debería pensar que nosotros somos esos individuos ingobernables que necesitan vigilancia o represión constante, ni nosotros como ciudadanos deberíamos asumirlo ni permitirlo.

Si queremos que El Salvador prospere primero tenemos que cambiar nosotros. No podemos pedir funcionarios, empleados, políticos ejemplares si nosotros en nuestra vida diaria no somos capaces de respetar las reglas más básicas de convivencia en sociedad. No botar basura en la calle, no manejar borracho, no saltarse las reglas de tráfico, ser ciudadanos ejemplares deberían ser la regla general de nuestra vida y no la excepción.

El Salvador necesita que las buenas personas se hagan notar más. Que seamos y criemos personas educadas, civilizadas y ejemplares que con el tiempo mejores al país en todos los aspectos de la vida. Una república no solo se construye eligiendo buenos funcionarios; nosotros también tenemos que ser buenos ciudadanos.

Columnista de

El Diario de Hoy