El Santo Entierro en Washington DC

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Por Inés Quinteros

09 April 2018

Ser salvadoreño y ver las noticias en Estados Unidos no siempre es fácil. El lente con el que se cuentan las historias de nuestro país y nuestra gente es sumamente angosto. Solo caben un par de estereotipos y, normalmente, son los más amarillistas los que ganan terreno, reduciendo la comunidad salvadoreña a una de dos opciones: inmigrantes, o pandilleros. A veces, al mismo tiempo. O a veces se es lo uno como consecuencia de las actividades de los otros. Y es reduccionista en el sentido que el acto de emigrar y dejar la Patria se hace una vez (en algunos casos, varias), pero la condición queda de manera permanente. Se emigra una vez, se es inmigrante para siempre.

Y, sin embargo, ni la condición de inmigrante borra las raíces, las costumbres, las tradiciones y las creencias. Con un gobierno que cada día se torna más hostil hacia los inmigrantes, usando una retórica nacionalista que haría a Mussolini acusar a Trump de plagio, a veces queda poco espacio para ser diferente. Sin embargo, en Washington DC el último viernes de marzo, la comunidad salvadoreña hizo lo que cada Viernes Santo: vivir su cultura y sus creencias y compartirlas con comunidades con diferentes culturas, creencias e idiomas. Con la frente en alto y con devoción que saca lágrimas, la procesión del Santo Entierro salió en su recorrido por importantes calles de Washington DC. Vivir lo propio con esa autenticidad y orgullo en el actual clima migratorio es casi un acto de política desafiante.

La comunidad salvadoreña se encuentra concentrada en su mayoría en Washington DC y sus zonas aledañas en Virginia y Maryland. Es por eso que en la capital estadounidense, específicamente en los barrios de Columbia Heights y la zona de Mount Pleasant, se oye tanto español como inglés, abundan las pupuserías y, sabiendo donde buscar, pueden encontrarse productos salvadoreños de todo tipo: desde Regias hasta corvos. El Viernes Santo la procesión del Santo Entierro logró congregar a varios cientos de feligreses, en su mayoría salvadoreño-americanos, pero acompañados por comunidades con similares tradiciones devocionales, como haitianos y vietnamitas. Por eso se oían los cantos de desagravio y penitencia en diferentes idiomas, mientras una decena de hombres llevaba lentamente la urna iluminada del Cristo muerto, simbolizando la espera para la Resurrección dos días después en el Domingo de Pascua.

La municipalidad capitalina, haciéndole honor al principio de que el país es un crisol en el que se intermezclan varias culturas y comunidades para formar una sola unión (principio que muchos consideran un componenete esencial en el ADN de la nación), se encargó de prestar seguridad a la procesión, cerrando por una hora las cuatro calles por las que circuló el Santo Entierro. La tarea no era exactamente fácil, pues cerrar una de las vías más transitadas en viernes de pago no sienta bien con todos los conductores, especialmente aquellos que no tenían idea de lo que celebraba la comunidad salvadoreña y les tocó esperar en el tráfico.

He visto procesiones del Santo Entierro la mayoría de viernes santos durante tres décadas. En Sonsonate, en Izalco, en el centro de San Salvador. Tuve un año la suerte de verla en la Antigua Guatemala, con sus alfombras espectacularmente coloridas y andas que parecen kilométricas, caminando a paso lento con el vaivén de ir sobre varias decenas de hombros cansados. Sin embargo, ninguna procesión me ha emocionado tanto como la de Washington DC. Quizás porque el mensaje que con su devoción y con un anda muchísimo más pequeña que las que se ven en Latinoamérica mandaba la comunidad salvadoreña, era uno que conmovía. Sin decir una palabra, era decir a gritos: “Estas son las tradiciones de nuestra tierra. Y como ahora nuestra tierra es también aquí, traemos nuestras tradiciones con nosotros. Y todos son bienvenidos a acompañarnos”.

Lic. en Derecho de ESEN con maestría en Políticas Públicas de Georgetown University.

Columnista de El Diario de Hoy.

@crislopezg