La fuerza de una idea

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Por Max Mojica

09 April 2018

Hace unos ciento cincuenta mil años, nuestra especie, el Homo Sapiens, no era muy diferente a otras bandas de homínidos que recorrían el planeta; de hecho, nos empezamos a diferenciar de la mayoría de los bípedos hasta que ocurrió la “revolución cognitiva de los Sapiens”, hace entre unos setenta mil y treinta mil años.

Muchos antropólogos en un principio sostenían que lo que nos hace diferentes al resto de los animales era el lenguaje; pero aparentemente esa característica no es del todo suficiente para hacernos tan especiales. Estudios zoológicos han determinado que cada animal tiene su propio lenguaje: los bonobos, los chimpancés, así como muchos otros mamíferos, tienen sonidos específicos para comunicarse entre ellos; una ballena o un delfín pueden comunicar indicaciones o sentimientos, incluso de forma más compleja que un humano, pero, aun así, nosotros, los Homo Sapiens —como el que seguramente estará leyendo este artículo— evolucionamos para llegarnos a convertir en los reyes de la creación.

Lo que nos hace diferentes al resto de animales es nuestra capacidad de pensar y así crear una ficción, es decir, la posibilidad de transmitir una “idea” sobre cosas que no existen en absoluto. La creación de la ficción y su derivado, la “idea”, es lo que llegó a convertirse en el motor de la cooperación social que, a su vez, es clave, no solo para la supervivencia, sino para el progreso.

De una idea fue de donde surgió el concepto “patria”. Si viajáramos en el tiempo y le preguntáramos a un Neandertal qué entiende por “patria” no nos hubiera podido contestar, ya que para él únicamente existirían inmensas extensiones de tierra por las que podía movilizarse libremente. La idea de “patria” no la podemos comprobar en la naturaleza: podríamos volar sobre toda el área centroamericana y no distinguir desde el cielo a ninguno de los 5 países que la conforman.

Aun así, todos somos capaces de identificar en nuestra mente, con orgullo, la “patria” a la que pertenecemos. De igual forma, las ideas “Dios” y “familia” tienen para nosotros significados muy reales, tanto así que, ideas como éstas han sido el andamiaje sobre el cual se han construido repúblicas, gobiernos, constituciones, leyes y tribunales; y que, a su vez, han servido para promover guerras y movimientos políticos y sociales.

En países como el nuestro, el problema es que los políticos no han logrado entender que el verdadero campo de batalla en que se determina la armonía social, la viabilidad económica y el progreso, es en el campo de la educación del pueblo, donde se forjan las ideas. Ahí está la verdadera lucha, en que logremos inculcar en todos los salvadoreños la idea de que todos somos diferentes pero iguales ante la ley; que todos queremos lo mismo: paz, progreso y libertad; que nunca alcanzaremos la paz social si no somos capaces de respetar los derechos fundamentales del otro: integridad física, propiedad privada, preferencias sexuales, creencias religiosas y forma de pensar.

Mientras se continúe educando a nuestros niños y jóvenes sobre la base de “ideas” relativas a lo “negativo” del capitalismo, a lo “nefasto” del mercado, al odio de clase, a ver a la generación de riqueza como ambición y pecado, a la exaltación de la pobreza como virtud agradable a Dios, a ver al rico como enemigo, al temor a estimular la libertad de culto y pensamiento, a pensar que la causa de nuestra pobreza es de “otros” y no nuestra, a combatir la dependencia castrante de los ciudadanos frente al Estado, entre otras, nuestro país continuará por el rumbo equivocado.

La educación en es una labor muchísimo más importante que elevar nuestro PIB o generar inversión. En la educación laica y liberal de nuestros niños y jóvenes, sobre la base de ideas orientadas a nuestro progreso económico y social, se esconde la clave para nuestro desarrollo. Para cambiar nuestro país no se debe despreciar la fuerza transformadora de las ideas.

Abogado, máster en Leyes.

@MaxMojica