La política en tiempos del diálogo

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Por Elizabeth Castro

06 April 2018

Definitivamente, los tiempos en los que se hacía de las verdades políticas otros tantos dogmas, son pasados. Cada vez es más claro que el político que siga anclado en esas épocas, tiene poco futuro —al menos— en la política.

El modo como organizamos socialmente el gobierno es una actividad que está lejos de las verdades absolutas. No porque estas no existan, sino porque son arduas de conocer, y ya no se diga para quien pretenda agotar su contenido con su limitada capacidad de interpretación de la realidad.

La política, actualmente, tiene más que ver con cuestiones que admiten compromisos, negociación, ceder y conceder; que con lo que hacen los técnicos, los fanáticos o los profetas.

Sin embargo, el hecho de que la política sea sujeto de negociación, no implica que todo sea negociable. Si así fuera, también se podrían dialogar las bases del diálogo… lo que sería la de nunca acabar.

De la misma manera, tomar como verdad incontrovertible que todo sea opinable, o —dicho de otro modo— que todas las afirmaciones u opiniones, sean equivalentes, no llevaría a la tolerancia, sino a su contrario: a la imposición de las propias “verdades” por la fuerza, ya que pretender convencer por la razón sería imposible.

La política fracasa cuando las opiniones antagónicas se encierran en su concha ideológica, cuando cada posición está prejuiciada contra cualquier otra y consideran los puntos de vista diferentes al propio no solo absolutamente incompatibles con los de uno… sino absurdos.

Todos los iluminados, los fanáticos (precisamente por eso lo son), y los recalcitrantes, creen a pie juntillas que sus oponentes se encuentran en un territorio mental equiparable a la locura. Por eso, cuando se enfrentan dos fanáticos de distinto signo, es práctica y teóricamente imposible que pueda haber política, pues para negociar es imprescindible que se comprenda, al menos, la plausibilidad de los argumentos del otro.

El buen político, además de saber dialogar, tiene que aprender a tener paciencia, a convivir con la decepción momentánea, a arreglárselas tanto con el éxito como con el fracaso de sus posiciones. A pensar teóricamente y a aplicar en la práctica sus ideas.

Así, la política es inseparable de la actitud que dispone las partes al compromiso. No se puede llevar a cabo si siempre se quiere ganar todo y en todo. Implica la capacidad de dar por bueno lo que no es lo mejor, y conformarse con ello. Implica ceder posiciones pero al mismo tiempo mantener con firmeza los propios principios.

Un político que sea incapaz de conocer los límites de sus planteamientos teóricos, que no tenga una actitud de respeto frente a la posición contraria; que piense que todavía es posible gobernar a golpe de decreto sin escuchar las ideas contrarias; es un político que no comprende la complejidad de las sociedades actuales.

La política que tiene futuro no es la que intenta dirigir y controlar, sino escuchar, auscultar, conocer e interpretar las verdaderas necesidades e inquietudes, aspiraciones y valores de la gente para la que se gobierna.

Así, ella misma se convierte en una oportunidad de aprendizaje, mejoramiento y cambio para el político mismo, y nunca más en una ocasión de adoctrinamiento, control y mando. Ejemplo de tres políticos de raza, con presente y con futuro, tuvimos el jueves pasado en el debate entre aspirantes a la candidatura de Arena para la presidencia.

Los políticos que tengan el oído abierto y estén dispuestos a dialogar parecerán, en un primer momento, muy poco “políticos”. Sin embargo, los que no sean capaces de emprenderlo irremisiblemente desaparecerán del campo público, o terminarán encerrados en un castillo mental del cual serán reyes, sí, pero con unos súbditos que solo existen en su imaginación.

Columnista de

El Diario de Hoy.

@carlosmayorare